Colombia está viviendo un éxito demográfico sin precedentes. Nuestra esperanza de vida al nacer ha venido incrementándose de forma constante, una gran noticia. En 1938, un hombre colombiano tenía una vida promedio de 36 años. Hoy es de 73. En el caso de las mujeres, las ganancias son mayores: pasamos de 37 a 79 años de vida, en promedio. Todo indica que nuestras ganancias en esperanza de vida seguirán aumentando.
Estos datos son consecuencia de logros muy importantes en salubridad pública (la ampliación en la cobertura de acueducto y alcantarillado supera el 80 por ciento), en vacunación (hoy casi el 100 por ciento de nuestros niños reciben un paquete básico de v arias dosis durante sus primeros 5 años de vida). El nivel educativo ha venido creciendo, y si bien no hemos eliminado el analfabetismo, actualmente, la cobertura de la educación básica primaria y secundaria es casi universal. En términos generales, la calidad de vida de los colombianos ha mejorado en casi todos los indicadores, y el aumento de la edad promedio de la población es su mejor expresión.
Por ello, resulta sorprendente que las discusiones públicas sobre el tema se centren en una visión problemática: el envejecimiento, la necesidad de una reforma pensional y las urgencias del sector salud por tener que atender población con enfermedades de la tercera edad. Por favor, estamos ante un gran logro: la gente vive más. Las ganancias, en términos de capital humano, son notorias: los 11 años de educación básica pueden redundar en grandes réditos para la sociedad, no en 10, sino 40 años más. La gente dispone de mayor tiempo para el ocio y para lograr sus sueños. Claro, ello requiere que como sociedad cambiemos unos prejuicios: alguien a los 50 ya es viejo y, por lo tanto, no puede trabajar y hay que pensionarlo y mantenerlo. No, una persona a los 50 años, tiene frente así más de 15 años productivos, probablemente no cargando bultos ni arando el campo, pero sí en áreas de servicios y en generación de nuevos conocimientos. La demografía nos está diciendo que es absurdo pensionar al grueso de la población a los 62 años.
Pero concentrar la discusión en el tema pensional es ver solo los problemas, debemos mirar las ganancias. Para esto, debemos empezar a discutir una reforma radical al mercado laboral colombiano, para aprovechar las oportunidades del enorme logro que estamos teniendo. Esquemas más flexibles de contratación, incentivos no solo para el primer empleo, sino también para los trabajos que requieren experiencia, un impulso a los sectores intensivos en conocimiento y en los temas de servicios.
Las generaciones anteriores admiraban a las personas que lograban vivir hasta los 70, nosotros nos lamentamos porque muchos estén llegando a los 90. Miremos esto con el lente adecuado: una oportunidad para un país más incluyente con todas las edades; no solo pensando en proteger a los niños y jóvenes, sino también a los adultos y a los más experimentados de nuestra sociedad. Cuando reconozcamos esta realidad, habremos dejado de ir contra las evidencias de la demografía, y las discusiones sobre la reforma pensional serán más constructivas.