Los seres humanos dedicamos gran parte del tiempo útil de nuestras vidas a cosas que no dan felicidad, persiguiendo dinero y poder, cuando las verdaderas raíces del bienestar están en las relaciones positivas, el amor, la empatía, el significado, la trascendencia en la vida y otras de la órbita más de lo que se piensa, que de lo que se tiene.
En este contexto, resulta que la ciudad en la que vivimos afecta dramáticamente el nivel de felicidad de las personas, entre otras, por las siguientes razones: la urbe no es cemento y ladrillo, es una forma de vida; su diseño puede afectar o inducir hábitos y comportamientos, como caminar al trabajo, salir a actividades al aire libre, montar en bicicleta, reunirse con los vecinos; las relaciones sociales positivas son de las cosas que más bienestar genera, por ello el diseño de espacios sociales, equipamientos comunales, sitios de encuentro, guarderías, parques, se consideran claves.
Así como a los constructores se les exige normalmente que inviertan parte de presupuesto en equipamiento público, ¿por qué no pensar que los unos y los otros inviertan también en la construcción de tejido social?; manuales de convivencia, estatutos sugeridos para conjuntos residenciales, estrategias para resolución de conflictos, patrocinio de actividades deportivas, sociales, recreativas, culturales, redes de solidaridad, fondos de emergencia; reducir generadores de sufrimiento como el delito, los riesgos, los accidentes, las enfermedades, el desprestigio, el desempleo, la ausencia de servicios públicos, vías, las deficiencias de transporte; los espacios públicos generosos y limpios dan la sensación de tranquilidad y comodidad; la mezcla de estratos es un síntoma de equidad y solidaridad; la mezcla de usos permite optimizar los tiempos de desplazamiento; espacios para los cultos religiosos, zonas amigables para personas en condiciones de discapacidad, centros de adulto mayor, se convierten en símbolos de equidad y respeto; la densidad permite optimizar el suministro de equipamientos públicos como hospitales, colegios, vías, servicios públicos, centros de comercio, la naturaleza se convierte en un recurso básico para estimular el bienestar; las zonas rurales tienen por defecto un vínculo con la felicidad, obviamente por su esencia en la naturaleza, pero también por ese retorno a lo básico a lo importante... Y la lista podría seguir.
La ciudad y el ambiente en general, como nuestra casa, o la ropa que usamos, puede hacer sentir a las personas cosas como percepción de orden, de seguridad, de fiesta, de zozobra, de caos, de abundancia, de riqueza. El diseño de las metrópolis (cuando se piensa) ha estado equivocado en un enfoque excesivamente funcional, sin colocar al ser humano en el centro de la discusión, y es claro que afecta para, bien o para mal, la felicidad del ser humano. Dos caminos: aceptarlo o ignorarlo.
columnista
La ciudad y la felicidad
La ciudad en la que vivimos afecta dramáticamente el nivel de felicidad de las personas.
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César Carrillo Vega
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