En los últimos días se registraron dos noticias aparentemente inconexas, pero que en el fondo tienen mucho que ver. Por un lado, los temas económicos se están convirtiendo en el centro del debate presidencial en Brasil. Por otro, el gerente del Banco de la República de Colombia, José Darío Uribe, fue elegido banquero central del año por la revista Latin Finance. La contrastación de estos dos hechos pone de presente los caminos diversos que enfrentan las economías de América Latina.
Cuando faltan menos de dos semanas para las elecciones presidenciales en Brasil, las encuestas dan por hecho que habrá segunda vuelta entre la presidenta Dilma Rousseff y la candidata Marina Silva. Entre los temas que se han ventilado en la campaña, hay uno que ha sorprendido a todos: la independencia del Banco Central.
Aunque muchos crean que esta clase de temas solo les interesan a los economistas, lo que se está debatiendo en Brasil preocupa a todos los electores. Lo que está en juego es la búsqueda de una mayor estabilidad macroeconómica y un crecimiento sostenible, en un país que ha venido sufriendo presiones recesivas que amenazan la continuidad de Rousseff en el poder. En ese contexto, la presidenta defiende el estatus actual del Banco Central, mientras Marina Silva promueve una mayor independencia del mismo.
Lo que se está discutiendo en Brasil sirve como referencia para valorar uno de los principales activos con que cuenta la economía colombiana. En nuestro país el banco central es independiente del Gobierno y está dirigido por un cuerpo colegiado de siete miembros, de los que el Ministro de Hacienda solo representa un voto. Entre tanto, en Brasil el banco forma parte del Ministerio de Hacienda, y su presidente, que tiene estatus de ministro, le reporta directamente a la presidenta.
El esquema institucional colombiano garantiza que la política monetaria se oriente a garantizar el control de la inflación, mientras que un banco central subordinado conlleva el riesgo de que se ponga al servicio de objetivos de corto plazo del Gobierno de turno. Los resultados son elocuentes. Mientras la economía colombiana ha logrado crecer a una tasa promedio de alrededor de 4,5 por ciento en la última década, con una inflación completamente controlada, Brasil ha tenido en el mismo periodo aceleraciones y frenazos, que han derivado a una situación de recesión de la actividad productiva, con un crecimiento de los precios que ya desborda las metas del Banco Central.
Esta comparación revela la existencia de dos entornos económicos completamente diferentes en América Latina en la actualidad. Brasil no es el único país de la región preocupado por la inflación. En Argentina los agentes económicos ni siquiera conocen a ciencia cierta cuál es el crecimiento de los precios, por la crisis de credibilidad en que ha caído el Indec, el instituto a cargo de llevar las estadísticas. Sin embargo, los analistas coinciden en que este año la inflación en ese país superará el 25 por ciento. Entre tanto, Venezuela se ha convertido en un récord internacional, con un dinamismo de los precios que supera el 60 por ciento anual. Estos casos tienen en común una injerencia del Gobierno en el quehacer de la autoridad monetaria, lo que no se observa en países como Colombia, Perú y Chile, que pueden enfrentar los retos del crecimiento sin la preocupación de las presiones inflacionarias.
Los sondeos recientes muestran que los colombianos estamos cada vez más preocupados por nuestro futuro económico, y los desafíos que enfrenta el país en ese campo no son menores. Pero las cosas serían muchísimo más difíciles si no tuviéramos los precios bajo control. Basta con imaginar lo que sería la discusión de la reforma tributaria o del proceso de paz con una inflación descontrolada, para darse cuenta de la importancia de tener un banco central serio e independiente, que hoy es la envidia de varios en la región.
Ricardo Ávila Pinto
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