En medio del fragor de la campaña electoral es fácil pasar por encima de ciertos hitos y relegarlos a un segundo plano ante la impresión de que constituyen propaganda política desde el lado gubernamental. Esa es quizás la razón por la cual casi nadie le prestó mucha atención a lo reportado por el Dane el viernes pasado con respecto al mercado laboral colombiano.
Según la entidad, el desempleo en abril llegó al 9 por ciento a nivel nacional y al 9,2 por ciento en las 13 áreas metropolitanas más grandes. En ambos casos se trata de las cifras más bajas para dicho periodo desde cuando comenzaron a llevarse estadísticas mensuales sobre el asunto a comienzos del siglo.
A decir verdad, no es la primera vez que eso sucede en tiempos recientes. De hecho, la desocupación ha completado ocho meses en niveles de un dígito, por lo cual se podría afirmar que simplemente hay más de lo mismo y no vale la pena seguir celebrando ante una nueva reducción.
Sin embargo, en la presente oportunidad se registraron cambios positivos que no deberían dejarse pasar por alto. El primero es que la tasa global de participación, que mide la relación entre la población económicamente activa y la que está en edad de trabajar, subió hasta el 63,8 por ciento, tres décimas más que en el mismo lapso del 2013. A pesar de ese aumento en la oferta, se crearon 710.000 plazas adicionales, con lo cual fue posible absorber tal crecimiento y conseguir una reducción apreciable en el desempleo.
Ante semejante variación no faltará quien diga que si se tienen en cuenta las elevadas tasas de informalidad laboral típicas de Colombia, un salto como el registrado no quiere decir mucho. Debido a ello, vale la pena mirar cuál fue la categoría que más aumentó y en este caso la más dinámica fue la de ‘obrero, empleado particular’, cuya expansión fue del 7,6 por ciento en el trimestre móvil comprendido entre febrero y abril. En contraste, la de ‘trabajador por cuenta propia’, asociada a actividades de rebusque, tuvo un alza de apenas el 0,8 por ciento.
Por otro lado, cuando se observa qué ramas de la producción fueron las más dinámicas a la hora de enganchar gente, se encuentra que tanto los servicios, como la construcción, el comercio e, incluso, la industria están ampliando sus nóminas. No pasa lo mismo con el transporte y la agricultura, en las que se observó un recorte.
Un elemento adicional que permite concluir que las variaciones no son cosméticas, tiene que ver con las mediciones sobre el subempleo, que también cayeron. En números gruesos, más de 1,6 millones de personas habrían salido de esa clasificación en el último año. Semejante baja va en la misma dirección que otro tipo de registros, que apuntan a que la informalidad ha descendido, sobre todo después del paso de la reforma tributaria de finales del 2012 que alivió las cargas parafiscales para los empleadores.
Los cambios referidos tienen su expresión práctica en buena parte del país. Así, en 19 de 23 áreas metropolitanas examinadas los índices de desocupación cayeron. Aparte de Bogotá y Bucaramanga, las otras siete ciudades en donde más bajó la tasa de desempleo se ubican en la Costa Atlántica, algo que muestra la dinámica de esa región y debería ser objeto de un análisis más detallado sobre cuáles son los polos hacia donde se está dirigiendo la inversión privada.
Pero más allá de ese tema, el mensaje de fondo es que en medio de la turbulencia política, la lectura de los indicadores laborales es positiva. Esa es la razón por la cual las apuestas que se hacen sobre la economía colombiana son alentadoras, debido a que la demanda interna se ensancha. En consecuencia, los candidatos presidenciales deberían tomar nota de esa realidad y comprometerse con mantener el rumbo, al menos en esta materia. Porque un giro brusco podría llevar a que se pierda el terreno conquistado y eso no le conviene a nadie.
Ricardo Ávila Pinto
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