Hacía tiempo que la diplomacia internacional no se movía tanto, por lo menos en el campo económico. Todo debido a una iniciativa de China que toma cuerpo, en contra de la voluntad de Estados Unidos que ha tratado infructuosamente de hacerla naufragar.
El asunto es la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB por su sigla en inglés), cuya idea fue lanzada en octubre del 2013. En su momento, Pekín habló del propósito de crear una nueva entidad multilateral en la cual invertiría 50.000 millones de dólares como capital inicial y a la cual invitaría a otras naciones a ser socias.
La necesidad de un nuevo brazo de financiación es imposible de desconocer. Tan solo en el continente asiático hay requisitos de inversión que se calculan en 8 billones de dólares, una suma que sobrepasa con creces la capacidad de los bancos de desarrollo existentes. Para utilizar la conocida expresión, se puede afirmar que ‘sí hay cama pa’ tanta gente’.
No obstante, hay un tema de influencia política. Desde hace tiempo, los chinos se han sentido frustrados por el poco espacio que se les ha abierto en las instituciones creadas en la época de la Segunda Guerra Mundial.
Tras un largo tire y afloje, la que es la economía número dos en el planeta tiene el 4 por ciento de las acciones del Fondo Monetario Internacional, una proporción que equivale a dos veces la de Bélgica y está por debajo de la de Francia o Alemania. En otros casos, el asunto es mucho peor, pues nadie quiere abrirle el espacio a la nación más populosa del mundo y diluirse.
En respuesta, esta quiere hacer las cosas a su manera. Una de las opciones que se mencionó fue la de crear un banco de los llamados Brics (el acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). Sin embargo, como algunos de los integrantes de ese club han encontrado obstáculos serios en tiempos recientes, concretarla se ha vuelto difícil.
Ese no ha sido el caso con el AIIB. En octubre del año pasado, tuvo lugar la ceremonia de lanzamiento de la iniciativa en la cual participaron 21 países. Pocos meses después, la lista creció con seis nombres más. En ese momento, los estadounidenses empezaron a moverse cuando se dieron cuenta de que en otros continentes había postulantes.
Quizás la derrota diplomática más significativa tuvo lugar a comienzos de marzo cuando Gran Bretaña dijo que se sumaría. Dados los estrechos vínculos entre Washington y Londres, la determinación no fue ignorada por nadie. Poco después siguieron Alemania, Francia e Italia, mientras que España envió su carta el viernes.
Con los grandes de Europa a bordo, lo que parecía ser un propósito exclusivamente regional, empezó a tener características globales. Australia también se anotó para desmayo estadounidense, mientras que Brasil fue el primer país latinoamericano en inscribirse. Al momento de escribir estas notas, el grupo va en 44 naciones.
La razón de la oleada más reciente de adhesiones es que el 31 de marzo vence el plazo para tener el estatus de miembro fundador, que da la prerrogativa de participar en la discusión de los estatutos del banco. Faltan muchos detalles por afinar y los críticos de la propuesta dicen que es un error hacerle el juego a los propósitos expansionistas de Pekín, que tendría al menos el 49 por ciento de las acciones de la entidad que se cree.
Sin embargo, cada vez es más claro que quedarse por fuera sería un error. En consecuencia, Colombia debería asegurarse de que la inviten e inscribir su nombre, para lo cual le queda muy poco tiempo.
Y es que un país que se la ha jugado con el tema de la infraestructura, necesita todas las fuentes de dinero posibles y tal parece que aquí habría un cupo para fuera de Asia. Además, la señal al otro lado del Pacífico sería muy bien recibida y contribuiría a abrir más puertas, así Estados Unidos se moleste. Pero no hay remedio.
Ricardo Ávila Pinto
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@ravilapinto