A pesar de los anuncios hechos desde hace semanas, no faltarán los colombianos que se sorprendan hoy cuando al retirar dinero de sus cuentas o cambiar un cheque, reciban el nuevo billete de 100.000 pesos.
La nueva denominación que entra en circulación en la fecha tiene en una cara la imagen del expresidente Carlos Lleras Restrepo y en la otra la del Valle del Cocora en el Quindío, en donde abunda la palma de cera, el árbol nacional.
Es la primera vez desde comienzos del siglo que pasa algo similar, pues el billete de 50.000 pesos se lanzó en el 2000. Desde ese entonces, no solo ha corrido mucha agua bajo los puentes, sino que la economía del país se ha transformado de forma radical.
Y es que no solo el ingreso por habitante es mucho más elevado que en esa época, sino que la inflación acumulada desde entonces supera con comodidad el 100 por ciento.
Puesto de otra manera, quienes posean el nuevo billete podrán adquirir menos bienes que aquellos que en su momento fueron los primeros en obtener el de 50.000 pesos.
Aun así, no han faltado las discusiones al respecto. Unos señalan que las transacciones diarias se volverán todavía más complejas, especialmente en un territorio en el cual una de las preguntas típicas es “¿No tiene más sencillo?”.
Otros insisten en que puede existir la tentación de subir los precios, pues la percepción es que las denominaciones existentes pierden valor cuando llega una más alta.
Adicionalmente, están los que recuerdan la polémica que por estos días tiene lugar en Estados Unidos y que nació tras la publicación de un documento escrito por un profesor de la Universidad de Harvard.
En su trabajo, el académico sostiene que el billete de 100 dólares debería desaparecer, al igual que el de 500 euros en el Viejo Continente. El argumento es que ambos les facilitan la vida a los criminales o a los evasores de impuestos, entre otros.
Bajo ese punto de vista, en Colombia podría suceder lo mismo. Para comenzar, dado el tamaño de nuestra economía subterránea, que se manifiesta en una preferencia inusual por el efectivo, cargar millones en el bolsillo será mucho más sencillo que antes.
Debido a esa situación, mantener el anonimato será fácil, pues no habrá registros en muchas transacciones que se harán por debajo del radar de las autoridades.
Y aunque ese riesgo es real, para más de un conocedor es como buscar la calentura en las sábanas. Pensar que la ilegalidad disminuye de forma proporcional a la cuantía máxima que tengan los billetes, es ilusorio. Si así fuera, en Venezuela, en donde se requieren verdaderos fajos para cualquier compra, no existirían los problemas de esta índole.
Por el contrario, los partidarios de la idea señalan que hay una comodidad implícita en las altas denominaciones que, en todo caso, distan de ser las más usadas. Ese factor hace más eficientes ciertas operaciones y rebaja ligeramente el costo de algunas transacciones, aparte de los ahorros que hace el Banco de la República.
No está de más agregar que 100.000 pesos al cambio actual equivalen a unos 33 dólares, que no es una cantidad exorbitante en términos internacionales.
Más allá de esas opiniones, el debate tiene algo de bizantino. Si se trata de polemizar al respecto, valdría más la pena rescatar la idea de quitarle varios ceros a la moneda, tal como lo propusieron varios proyectos de ley que naufragaron en el Congreso.
De hecho, para la ciudadanía no pasará desapercibido el diseño, que empezará a ser la norma a medida que transcurra el año, cuando aparezcan los billetes con la foto de Alfonso López Michelsen o Gabriel García Márquez, entre otros, entre lo que forma parte de un completo esfuerzo de renovación del circulante. En los nuevos, el número principal tendrá un tamaño mucho mayor que los tres ceros que le siguen. Pero la economía colombiana, seguirá siendo la misma.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto
Editorial
Un tema de plata
La aparición del nuevo billete de 100.000 pesos es fuente de polémica, pues más de uno cree que tiene efectos negativos.
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Ricardo Ávila
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