Ha pasado más de una década desde cuando John O’Neill, un economista del banco Goldman Sachs, acuñó un acrónimo que haría historia. Se trataba del término Bric, integrado por la primera letra del nombre de cuatro naciones sobre cuyos hombros descansaría la suerte del mundo: Brasil, Rusia, India y China. Con el paso del tiempo, y por cuestiones de representatividad regional, llegaría un quinto integrante al club, Suráfrica.
Fue precisamente este último país el que acogió la semana pasada en Durban a los mandatarios del grupo, que se viene reuniendo desde hace unos años. Aparte del anfitrión, Jacob Zuma, Dilma Rousseff llegó desde Brasilia, Manmohan Singh desde Nueva Delhi, Valdimir Putin desde Moscú y Xi Jinping desde Pekín, a los pocos días de asumir el comando del Estado más numeroso del planeta.
La cita generó titulares. Al fin de cuentas, bajo un mismo techo se encontraron los líderes de cinco economías que agrupan al 42 por ciento de la población global, el 21 por ciento del Producto Interno Bruto mundial y cuyo comercio conjunto asciende a 282.000 millones de dólares.
Pero aun así, fue notorio que el entusiasmo de otros tiempos ha disminuido. Para comenzar, no es fácil armonizar posiciones entre todos, dadas las diferencias culturales, geográficas y de intereses de cada uno. Un ejemplo fue el anuncio de crear un banco de desarrollo, sin que se precisaran detalles tan fundamentales como el monto de su capital, sus objetivos o el sitio en donde tendría su sede. Ello puede llevar a que la iniciativa nunca se concrete en la práctica, reeditando aquel refrán que afirma que ‘del dicho al hecho, hay mucho trecho’.
Sin embargo, el elemento que más ha influido en el ánimo con respecto a los Brics tiene que ver con el frenazo en las tasas de crecimiento que han experimentado sus miembros. Si bien es cierto que el promedio alcanzado todavía supera al del PIB global, hay una ralentización en marcha que influye sobre el ánimo de los inversionistas y la aparición de oportunidades. Tal realidad se ha notado en el desempeño de los mercados de valores, que en el 2013 han mostrado tendencia a la baja, mientas plazas tradicionales como Nueva York o Londres suben.
Entre todos los casos, el que más inquietudes genera es el de Brasil, que viene de un mal año. Atrás han quedado los tiempos en los que el gigante suramericano era visto como una estrella en ascenso, pues las rigideces estructurales que le afectan se traducen en costos de producción elevados y dificultades a la hora de competir internacionalmente.
Por su parte, Rusia no se queda atrás. Tanto la dependencia que tiene en sus recursos naturales, como la percepción de que el gobierno es autoritario y poco transparente, plantean interrogantes hacia el futuro. Suráfrica, en donde la política y la corrupción también actúan como lastres, es observada con preocupación. Y para completar, India es vista como una nación en la cual las reglas de juego operan poco, pues se le califica de ser una democracia disfuncional.
Así las cosas, las esperanzas siguen puestas en China y en la nueva generación que viene a tomar las riendas. No obstante, es claro que la locomotora roja ya no tendrá la misma velocidad de antes, por lo menos mientras ajusta su modelo de crecimiento. Además, en un escenario de mayor plazo, muchos se preguntan si será compatible la dominación del partido comunista, con las demandas de mayor participación de la ciudadanía.
Las dudas que surgen en torno a los Brics son, guardadas las proporciones, similares a las que enfrentan otros países de menor tamaño como Colombia. Aunque cada caso tiene sus particularidades, es evidente que no basta con haber tenido un viento de cola favorable para garantizar el progreso. Y que para que la máquina siga andando hacia adelante, es necesario repararla, así sea sobre la marcha.