Cuando ayer el Gobierno ratificó que sigue confiado en conseguir la meta de crecimiento del 4,5 por ciento que se fijó para el 2013, más de un observador no pudo evitar un gesto de incredulidad. Y es que tras conocerse el dato del comportamiento del Producto Interno Bruto en la primera mitad del año, el cual llegó al 3,4 por ciento, según el Dane, es indudable que habrá que procurar que el acelerador siga a fondo. No de otra forma será posible lograr que la velocidad aumente a un ritmo suficiente para alcanzar dicho promedio.
Sin embargo, el Ejecutivo considera que aún le queda espacio para conseguir una sorpresa similar a la que generó la publicación de las cifras correspondientes al segundo trimestre, cuando las actividades del campo fueron las más dinámicas en más de una década. Más allá de la tormenta que acompañó el paro nacional agrario, esta no debería ser lo suficientemente seria para comprometer la evolución positiva del café, cuya cosecha debería volver a franquear la barrera simbólica de los 10 millones de sacos.
Tampoco pareciera que, a pesar del bache de agosto, otros ramos agropecuarios cambien su tendencia al alza. Para que ello no ocurra, resulta fundamental que la tasa de cambio se mantenga en niveles superiores a los 1.900 pesos y que la reactivación de las ventas a Venezuela -que incluyen una primera orden de compra de alimentos por 600 millones de dólares- pase de los anuncios a la realidad.
Esos son apenas dos de los elementos que se requieren para que el desempeño del PIB tome un nuevo aire. No menos crítica es la necesidad de que la inversión pública consiga el ritmo previsto en los presupuestos oficiales, tanto en lo que respecta a la ejecución de los proyectos atados a las regalías, pero especialmente al despegue de los planes de infraestructura que empieza a insinuarse en el ramo de las obras civiles. Por su parte, las edificaciones deberían seguir con un buen comportamiento, gracias al programa de las 100.000 viviendas gratis, que incluso alcanza a compensar el lastre que hoy significa Bogotá, debido a las señales equivocadas que emite la administración distrital.
En consecuencia, la construcción debería confirmarse como la locomotora líder de la economía, algo que no solo es deseable sino factible. Así sería posible contrarrestar el descenso de la minería que enfrenta los resultados de una baja en los precios internacionales del carbón y el oro, además de una descolgada en la producción por cuenta de huelgas y paros.
Por su parte, la industria requiere más atención. Aunque el segundo trimestre marcó el fin de un periodo recesivo, difícilmente podría afirmarse que las ‘vacas gordas’ han retornado al sector manufacturero. De hecho, al cierre de la primera mitad del año la cifra de la actividad fabril sigue estando en rojo.
Pero no solo hay que hacerles seguimiento a los indicadores en el lado de la oferta. También es indispensable enviar las señales adecuadas para que la demanda se mantenga fuerte. En particular, es indispensable que el ánimo de los consumidores sea positivo y que el bajón que significaron los episodios de agosto tenga un carácter temporal y no permanente. Asimismo, los empresarios requieren una mayor certeza sobre el futuro, para que la inversión no pierda su dinámica.
Todo lo anterior implica que el seguimiento al tablero de control de la economía debe intensificarse, algo que requiere análisis más descarnados y una mejor comunicación entre los sectores público y privado. Es cierto que comparada con otras naciones, Colombia se puede dar por bien servida, pues sigue creciendo por encima del promedio latinoamericano. Pero difícilmente se podría decir que el país tiene cómo dormirse sobre laureles que no existen, pues para conseguir que el 2013 se ajuste a las metas oficiales tiene que ocurrir que el cierre del año sea mejor que el comienzo. Y eso todavía está por verse.
Ricardo Ávila Pinto
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