Aquello de que las preocupaciones de la mayoría no necesariamente coinciden con las que se tienen a nivel individual, bien podría aplicársele a Colombia tras los resultados de las reuniones de primavera que celebraron la semana pasada el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Washington. Esa es la conclusión que surge después de observar cuáles fueron los temas de discusión más importantes en los eventos académicos que se organizaron y que sirven para tomarles el pulso a las inquietudes de banqueros centrales y ministros de Hacienda.
En los diferentes encuentros quedó claro que las principales cábalas se hacen en torno de lo que ahora se considera ‘normal’, una expresión que hace referencia a la nueva política adoptada por el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos. Como es sabido, la entidad anunció hace menos de un año que procedería a cerrar de manera gradual la llave de la liquidez, mediante la cual le inyectó al sistema financiero norteamericano 85.000 millones de dólares mensuales durante cerca de un lustro.
El cambio de rumbo citado se puso en marcha en diciembre y a la fecha el programa de compra de títulos –que es el mecanismo usado– va en 55.000 millones de dólares, con tendencia a disminuir. Por cuenta de lo sucedido, han aumentado las tasas de interés en cerca de dos puntos porcentuales, al tiempo que los tipos de cambio de las economías emergentes han subido. El motivo es que la balanza de riesgos ha variado de forma sustancial, pues al no haber tanto dinero disponible la creencia es que los países en desarrollo son los más susceptibles de resultar afectados.
En consecuencia, lo que en la capital estadounidense se denominó la “nueva normalidad” no es otra cosa que la invitación a mirar las cosas con resignación, a sabiendas de que las determinaciones de los poderosos se sienten en estas latitudes. Eso no necesariamente cae bien en todas las capitales, como lo expresó claramente el presidente del banco central de India, pero no hay mucho que hacer al respecto.
Curiosamente, el debate parece ajeno a Colombia, en donde los desafíos son otros. Y es que en contraste con lo que ocurre en buena parte del hemisferio sur, en donde los capitales extranjeros buscan la salida, el caso nuestro parece ser muy diferente.
Tal impresión se desprende de las estadísticas sobre Balanza Cambiaria, que elabora el Banco de la República. Según el reporte hecho por el Emisor, la inversión foránea de portafolio –es decir, la que se dirige a papeles de renta fija y variable, inscritos en el mercado de valores– sumó 2.652 millones de dólares en el primer trimestre del 2014, registrando un incremento del 102 por ciento con respecto a igual periodo del año pasado.
Para los analistas, el factor primordial en el salto observado en esas entradas fue la decisión del banco JP Morgan de aumentar la ponderación de los bonos de deuda colombiana en los índices que construye. Estos son usados para mover inversiones cercanas a los 200.000 millones de dólares, lo cual quiere decir que el apetito por los títulos emitidos por la nación ha aumentado mucho y, junto con este, la llegada de recursos.
Esa es la razón principal para que el precio del dólar haya descendido a 1.926 pesos, niveles cercanos a los de comienzos del año. Debido a ello, se ha borrado el efecto de la devaluación, que en su momento debería aliviar la situación de la industria y la agricultura, afectadas por la competencia externa.
Y aunque el Gobierno ha celebrado lo sucedido como una muestra de confianza, más de un analista se ha apresurado a decir que no hay mucho de que alegrarse si los efectos golpearán la salud del ramo productivo. El dilema de si es preferible endeudarse a menor costo o darle una mano al sector real debería estar en cabeza del Ministerio de Hacienda, a pesar de que lo que resulta normal en otras partes, aquí no lo sea.
Ricardo Ávila Pinto
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