Es muy posible que en la historia de la prensa económica del mundo no haya existido un caso con un despliegue similar. Sin lugar a dudas, promisorias carreras políticas y empresariales han naufragado por lo que en forma eufemística se conoce como “conductas impropias”, pero lo cierto es que pocos escándalos se parecen al protagonizado por Dominique Strauss-Kahn, el director-gerente del Fondo Monetario Internacional, quien ayer volvió a pasar la noche en una cárcel de Nueva York.
La historia, a estas alturas, es bien conocida. Según la denuncia formulada el sábado pasado por una camarera del hotel Sofitel en la isla de Manhattan, el funcionario, de 62 años de edad, la atacó en su suite , con una clara intención sexual.
Sin necesidad de entrar a repasar los gráficos detalles dados por la Policía, basta decir que la acusación es seria y bien fundamentada. Tanto, que el directivo –que alega su inocencia– fue sacado de la primera clase del avión que lo conducía a París ese mismo día. Las condiciones de su reclusión quedaron en evidencia ayer cuando un fatigado Strauss-Kahn fue presentado ante los medios con barba y la ropa que llevaba en el momento en que las autoridades lo ubicaron.
Pero más impactante fue la decisión de la juez que lleva el caso de negar la petición de liberarlo mediante el pago de una fianza de un millón de dólares. La razón esgrimida es que podría escaparse a Francia, que no tiene tratado de extradición con Estados Unidos. Semejante determinación, sumada al trato de criminal común recibido, han dividido a la opinión.
Para sus partidarios, DSK –como se le conoce en su país– es víctima de un montaje que tiene repercusiones políticas inmensas. Y es que aparte de estar a la cabeza de una organización compuesta por 187 naciones que ha sido clave para sacar al mundo de la crisis financiera, este economista, nacido en un suburbio parisino, pintaba para ser el próximo presidente de Francia. Según los sondeos, parecía imbatible como candidato del Partido Socialista, superando en una eventual confrontación al actual inquilino del Palacio del Eliseo, Nicolás Sarkozy.
En cambio, sus detractores sostienen que no es la primera vez que los temas de faldas rodean a Strauss-Kahn. Ayer la prensa volvió a recordar el caso de una periodista francesa que habló de un incidente similar en el 2002, mientras que en el 2008 el propio DSK tuvo que ofrecer disculpas públicamente por haber tenido una relación extramatrimonial con una de sus subordinadas en el FMI.
Como si lo anterior fuera poco, los medios han hablado de su gusto por los autos de lujo, la ropa costosa y los hoteles de cinco estrellas, mientras abraza la ideología socialista. Pero más allá del desenlace de una historia en la cual le llegará el turno a los abogados, lo sucedido preocupa por varias razones. Para comenzar, se cuenta la falta de liderazgo en el Fondo Monetario justo cuando la crisis europea parece agravarse ante las dificultades que han tenido Grecia e Irlanda para cumplir con sus compromisos en materia de ajuste económico y Portugal hace fila para recibir una millonaria ayuda.
Mientras eso ocurre va a comenzar una dura campaña por la sucesión de DSK, quien tenía planeado renunciar en un par de meses por motivos electorales, lo cual aumenta el vacío de poder.
Por otra parte, es necesaria la reflexión de por qué una persona en el pináculo de su carrera actúa en forma criminal, exponiéndose a una pena de prisión de hasta 25 años.
Esa incógnita no es la primera vez que se hace cuando se sabe cómo manejan su vida privada ciertos hombres con poder, pero todo indica que a Dominique Strauss-Kahn le ha llegado el momento de tener que responderle, no sólo a la opinión a Francia o a su familia, sino sobre todo a la justicia.