Un encendido debate es el que ha generado en el país la decisión del Gobierno la semana pasada, en el sentido de aplicarle un arancel mayor a ciertas importaciones.
De un lado, los productores afectados por la competencia externa han alabado la medida y han pedido más determinaciones del mismo tenor, mientras que, del otro, han surgido las advertencias de que Colombia está desandando sus pasos en favor de la apertura y se encamina otra vez por la senda del proteccionismo.
Al respecto, vale la pena mirar los hechos y analizarlos con cabeza fría. En primer lugar, es evidente que el clima se ha enrarecido por cuenta de los malos resultados de la industria, que, según las cifras disponibles hasta noviembre del 2012, experimenta un estancamiento.
Como si eso fuera poco, más de la mitad de los ramos manufactureros que analiza el Dane se encuentran en rojo.
Por cuenta de esa situación, ha subido el clamor para que el Gobierno adopte medidas.
La mayoría de las peticiones están relacionadas con la tasa de cambio, que hace difícil competir con los productos importados en un escenario de progresiva entrada en vigencia de más tratados de libre comercio.
Pero en ciertos sectores hay evidencias claras de abuso. No es la primera vez que estas aparecen, pero dado el deterioro que ha tenido lugar es indudable que el margen de maniobra de las fábricas locales se ha reducido.
Ese es un diagnóstico preocupante para dos cadenas productivas muy importantes: textil-confecciones y cuero-calzado. Ambas aportan casi el 12 por ciento del Producto Interno Bruto industrial del país y generan unos 600.000 empleos directos, de acuerdo con estimaciones oficiales.
Cada una de esas actividades ha visto la llegada de más productos del exterior. En el caso de la ropa, las importaciones crecieron 64 por ciento en el 2011 y 24 por ciento más en los primeros nueve meses del año pasado.
Las fuentes más dinámicas de esas compras son China e India, que en repetidas ocasiones han sido acusadas por sus prácticas comerciales desleales en escenarios multilaterales.
Por su parte, los zapatos y artículos de cuero venidos de afuera también se han disparado.
Entre enero y septiembre de 2012 las adquisiciones llegaron a 470 millones de dólares con un alza del 19 por ciento, después de haber experimentado un aumento promedio anual del 22 por ciento desde el 2002.
En este caso llama la atención que las ventas de Panamá –cuya tradición industrial en este campo es desconocida– subieron 59 por ciento, mientras que Vietnam, Indonesia, China y Brasil, aparecen igualmente en el radar.
No obstante, lo más sorprendente es el monto al cual se declaran ciertas importaciones, muy inferior a lo que se considera un costo razonable de producción.
La Dian tiene evidencias de casos de dumping (vender por debajo del valor real), subfacturación (declarar un precio más bajo que el verdadero) y contrabando técnico (buscar una posición arancelaria más favorable).
La Organización Mundial de Comercio (OMC) faculta a un país a tomar medidas para evitar la competencia desleal.
Eso fue lo que hizo el Ejecutivo hace unos días al adoptar una disposición que incluye aranceles ad valorem y una fracción específica, de cinco dólares por kilo de producto importado.
La meta es que así se le ponga coto a los abusos.
Ante lo sucedido es difícil argumentar que el proteccionismo está de vuelta.
No solo Colombia ha sido parca en el uso de las herramientas que autoriza la OMC, sino que los ejemplos de disposiciones similares abundan por decenas e incluyen a naciones que tienen un mayor grado de apertura.
En conclusión, una cosa es defender los principios del libre comercio y otra es hacerse los de la vista gorda ante las trampas.
Debido a ello, vale la pena que las autoridades examinen otros casos aberrantes a ver si reaccionan. Eso no es cerrar puertas, sino exigir que el juego sea limpio.
Ricardo Ávila Pinto