“El Ministro de Hacienda y Crédito Público, Mauricio Cárdenas, aseguró que el Gobierno Nacional implementará un cambio de visión y de paradigmas en el manejo de las políticas industrial y comercial”. Con esas palabras, comenzaba el comunicado que fue enviado en la noche del miércoles a los medios, después de que el funcionario se hiciera presente en Medellín.
Según lo explicó la nota, el Gobierno considera que hay que cerrar el ciclo de los Tratados de Libre Comercio y concentrarse en los sectores que tienen potencial en los mercados externos. “Construimos esas autopistas para estar integrados a la globalización, pero nos tenemos que preocupar porque los vehículos funcionen bien”, dijo.
Como es de imaginar, el mensaje causó sorpresa en varios sectores de la opinión. En primer lugar, porque quien lo dijo no fue el Ministro de Comercio e Industria, quien en principio debería ser el vocero a la hora de anunciar un giro de semejante calibre. En segundo, porque más de un analista creyó entender que se va a dar marcha atrás, tras más de dos décadas de vigencia de la política de apertura económica.
Sin embargo, con el correr de las horas quedó en claro que la dirección seguirá siendo la misma de antes, aunque no la velocidad. En otras palabras, no solo Colombia honrará los 17 acuerdos que tiene vigentes -18 si se incluye el firmado con la Unión Europea-, sino que piensa completar las tareas pendientes, las cuales incluyen la ratificación parlamentaria de los pactos con Corea del Sur, Costa Rica, Panamá e Israel, al igual que concluir las negociaciones con República Dominicana, Japón y los integrantes de la Alianza del Pacífico.
Lo anterior implica que quedan en entredicho las conversaciones con Turquía, que permanecerán en el limbo por la imposibilidad de cerrar varios capítulos pendientes, al igual que los planes de tener TLC con Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica o China, para solo citar un puñado de naciones. Es verdad que en el Pacífico se podrían conseguir algunas preferencias si uno de estos días Colombia logra ingresar a la Apec, pero el punto de fondo es que vale la pena una pausa.
Tal planteamiento coincide con lo dicho por algunos gremios de la producción, como la Andi. Según esa manera de ver las cosas, el país tiene acceso privilegiado a medio centenar de mercados en los que habitan unos 1.500 millones de consumidores y en donde se concentra nuestra oferta exportable, diferente a materias primas como petróleo y carbón. En tal sentido, la lista se encuentra prácticamente completa, y lo que vale la pena ahora es tomar aire y planear mejor los próximos movimientos.
Por ejemplo, es claro que el sector privado ha sido lento en explorar las oportunidades que ahora tiene, quizás porque la avalancha de acuerdos es difícil de digerir. A la vez,falta todavía un buen trecho en lo que atañe a romper las barreras que impiden mejoras sustanciales en la competitividad, con el cual el desarrollo de la tan mentada agenda interna debería encabezar la lista de prioridades. No menos importante es el hecho de decirle al sector manufacturero que se le va a prestar más atención, después de que algunos de sus voceros se sintieran en la orfandad ,y justo cuando el debate sobre la desindustrialización en los últimos años arrecia.
Ahora, el desafío consiste en poner en marcha una política que impulse las actividades fabriles, sin caer en la fácil trampa del proteccionismo. La razón principal es que producción nacional y libre comercio no tienen por qué ser antagonistas. De hecho, si se mira la experiencia de las economías emergentes exitosas es fácil concluir que un mayor intercambio conduce a tasas de crecimiento más altas. Las mismas que se podrían lograr si Colombia entiende que hizo una parte de la tarea, que es la que comprende los TLC. Pero para aprobar el curso, aún le quedan unas cuantas asignaturas pendientes.
Ricardo Ávila Pinto
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