Tuvieron que transcurrir casi 15 años desde cuando el país marcó niveles de pesimismo similares a los registrados por el Gallup Poll, y cuyos más recientes resultados fueron dados a conocer ayer. Como es sabido, 82 por ciento de los encuestados en las principales áreas urbanas del país considera que las cosas en Colombia van por mal camino, una descolgada de 30 puntos frente a la medición de junio.
De la mano de esa percepción negativa, sufrieron las demás calificaciones. Especialmente notoria fue la descolgada de Juan Manuel Santos, cuya imagen desfavorable subió al 72 por ciento.
En la historia de dos décadas del sondeo, tan solo Andrés Pastrana llegó a recibir en una sola ocasión una nota peor. Ni siquiera Ernesto Samper, con su administración afectada por los vientos huracanados desatados por el Proceso 8.000, llegó a tener cifras como la citada.
Ante semejante sacudón vale la pena preguntarse si en el territorio nacional están de vuelta épocas aciagas, en las cuales cundía la desesperanza.
Y aunque más de uno estaría tentado a decir que sí, quienes analizan la coyuntura con cabeza fría insisten en que no es equiparable la realidad colombiana de finales del siglo pasado con la actual. Puesto de otra manera, hay una gran distancia entre el clima de recesión económica, y de violencia guerrillera y paramilitar de ese entonces y el presente, cuando el desempleo se mantiene a la baja y se adelantan conversaciones de paz en días en que la relación de fuerzas favorece al Gobierno.
No obstante, el momento en el que se tomó la fotografía presentada por el Gallup fue determinante. Según la ficha técnica, los datos se recolectaron entre el 27 de agosto y el 2 de septiembre pasados, justo cuando el paro agrario estuvo en pleno furor y el vandalismo hizo de las suyas en varias capitales, comenzando por Bogotá.
Es muy posible que si la instantánea se hiciera ahora, el veredicto sería un poco más benévolo.
Aun así, es un error garrafal ignorar el mensaje de la ciudadanía con respecto a su descontento.
Es evidente que la gente piensa que un amplio número de asuntos fundamentales en Colombia no anda como debería, desde la lucha contra la corrupción hasta el costo de vida, pasando por la inseguridad.
Y si bien la opinión es voluble, hay cierto riesgo de que la persistencia de ese talante pesimista empiece a pasarle su cuenta de cobro al país. Si el entorno nacional se complica, los consumidores pueden volverse más cautos y los empresarios posponer sus proyectos, dando origen a un círculo vicioso y perverso.
Como si eso fuera poco, la inversión extranjera llegaría a contagiarse del negativismo y buscar destinos que le den más tranquilidad.
Semejantes peligros son lejanos pero demandan respuestas. La principal responsabilidad, pero no la única, le corresponde a la administración Santos, que necesita recuperar espacio político con el fin de calmar los ánimos y resolver problemas que afectan a diversos sectores y departamentos.
De especial importancia es demostrar que hay un piloto, que tiene una hoja de ruta y es capaz de tomar decisiones a tiempo, como la de recomponer su gabinete con personas que tengan, a la vez, peso específico y representatividad regional.
Ese es apenas un elemento de los muchos requeridos para superar la crisis temporal que afecta a la Casa de Nariño, en donde hace falta una reingeniería en la manera de asignar tareas, hacer seguimientos y exigir resultados, aparte de mejorar la forma de transmitir el mensaje presidencial.
Adicionalmente, otros actores tienen que pellizcarse.
Porque si algo deja en claro el Gallup es que hay un descrédito al alza, tanto en instituciones como en los líderes más conocidos. Y en un escenario de desprestigio generalizado pueden hacer carrera posturas de corte populista que llevarían al país por aguas desconocidas, una posibilidad que aún es lejana, pero que corre el peligro de materializarse si quienes deben hacerlo no escuchan a tiempo el campanazo de alerta que viene con las encuestas.
Ricardo Ávila Pinto
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