Tras varios meses de alarma y ante la disparada en el número de los inmigrantes venezolanos, hace unos días el Gobierno anunció en Cúcuta un abordaje más integral a la que es la peor crisis humanitaria de América Latina en décadas. Al explicar el paquete de medidas, Juan Manuel Santos describió la situación como una que “nunca habíamos vivido”, la cual debería afrontarse con “pragmatismo, objetividad y efectividad”.
La Casa de Nariño combinó en su paquete solidaridad con los migrantes y una mayor dosis de control. El endurecimiento de los controles busca contar con una mejor caracterización de quienes llegan, a través de una nueva plataforma de identificación en las oficinas de la Personería y la Defensoría del Pueblo. A lo anterior se suma una menor tolerancia frente a la ocupación del espacio público y al aumento de la delincuencia, con mayor presencia de la Fuerza Pública en la frontera.
Más allá de las críticas que se le puedan hacer a la administración por el manejo oportuno o no de la situación, no hay duda de que la emergencia comienza a internacionalizarse. Naciones Unidas, para citar un caso, empieza a tomar un rol más notorio, mientras que la ayuda de otras latitudes se insinúa, así el dinero todavía no llegue.
Aún es pronto para evaluar el impacto de este paquete de medidas sobre una crisis tan compleja. El flujo de personas, que sigue sin detenerse, ratifica que la Casa de Nariño no se equivoca al darle la máxima prioridad a un asunto que puede llegar a ser mucho más complejo, en la medida en que la realidad del país vecino no mejora, por cuenta de la incapacidad del régimen en Caracas. La combinación entre mayores controles y sensibilidad humanitaria es el camino correcto para una situación que ya luce desbordada.
Son claves los llamados a la tolerancia para evitar actitudes xenofóbicas o abusos contra los venezolanos. Encuestas recientes muestran que la mayoría de los ciudadanos –alrededor del 60 por ciento– apoyan las estrategias orientadas a acoger a los que cruzan la línea limítrofe en busca de un mejor presente. Los comentarios señalan, en general, que así como en la época en que Venezuela tenía uno de los ingresos por habitante más elevados de América Latina y recibió a cientos de miles de colombianos, ahora no se puede ser indiferente.
No faltan las expresiones censurables y en plena campaña electoral habrá quien crea que las actitudes nacionalistas pueden traer votos, pero esa es, hasta ahora, más la excepción que la norma. También es obligatorio mantener la guardia alta en ciertas áreas, tal como sucede con el hecho de que el Eln se refugia al otro lado de la frontera y organiza sus ataques, sin que las autoridades vecinas actúen para evitarlos.
Sin embargo, hay que ser conscientes de los riesgos y las oportunidades. Colombia debe estar abierta a los beneficios que traen los fenómenos migratorios. Como ha sido la experiencia de otros países, el arribo de cientos de miles de personas constituye una inyección de personas que se destacan por estar dispuestas a hacer cualquier trabajo, por arduo que sea. Entre las oleadas de quienes llegan están profesionales bien formados que pueden contribuir con su experiencia. También se cuentan emprendedores con el impulso para crear negocios.
En consecuencia, el reto de Colombia y su sector privado es canalizar esa capacidad para darle un empuje a la economía nacional. Puesto de otra manera, las circunstancias –por lamentables que sean– implican una transferencia de conocimiento que se podría traducir en fuente de empleo y crecimiento, si se disminuyen las barreras de entrada al mercado laboral formal o hay incubadoras que sepan darle cuerpo a las mejores iniciativas. Esa sería la manera de beneficiarse de una crisis que está lejos de terminar.
Ricardo Ávila Pinto
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