Tal como es su costumbre, Donald Trump no ahorró adjetivos a la hora de celebrar que los negociadores de Estados Unidos y México llegaron a un acuerdo para modificar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, más conocido como Nafta, por su sigla en inglés. Aunque aún falta precisar los cambios concretos, el mandatario habló por teléfono desde la oficina oval de la Casa Blanca con su homólogo Enrique Peña Nieto, con un tono que lleva a pensar que las tensiones del pasado reciente desaparecieron.
Si bien quedan varios cabos sueltos y lo que ocurra con Canadá –el tercer integrante del bloque comer- cial– es todavía motivo de incógnita, la noticia sirvió para generar una ola de entusiasmo a ambos lados de la frontera. Wall Street, por ejemplo, vivió otra jornada de máximos históricos en sus índices accionarios, mientras que el peso mexicano se fortaleció de forma importante, ante la perspectiva de que el intercambio binacional no encontrará trabas. La presencia de delegados del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, en las conversaciones finales también envió una señal de continuidad hacia el futuro.
No menos importante acabó siendo la señal de que es posible entenderse con Washington. Tras las medidas unilaterales adoptadas en contra de las importaciones de acero y aluminio y después del alza en los aranceles que afecta, entre otros, a China y la Unión Europea, el mensaje es que hay campo para alcanzar una tregua antes de que se desate la guerra comercial que inquieta a los que se preocupan por la marcha de la economía mundial.
Lo anterior implica dejarle espacio al Tío Sam para que cante victoria. En este caso, la concesión más notoria es haber aceptado que el componente mexicano o estadounidense de un vehículo, incluyendo partes y accesorios, debe ser de al menos 75 por ciento, para tener derecho a no pagar aranceles, en comparación con 62,5 por ciento en la actualidad. Si ese requisito se mezcla con la regla de que entre 40 y 45 por ciento de ese contenido requiere ser elaborado por trabajadores que ganen más de 16 dólares por hora, habría menos incentivos para traer insumos de fuera de América del Norte.
Por otro lado, los técnicos aceptan que hay una modernización importante con respecto a las normas de propiedad intelectual y asuntos laborales. Desde hace rato se había señalado que el Nafta nació antes de que apareciera la economía digital en escena, por lo cual existían vacíos prácticos que se manejaban de manera intuitiva. En tal sentido, los representantes de ambos países tomaron como base lo discutido en el seno de la Alianza Transpacífico o TPP, a pesar de que Estados Unidos decidió no sumarse a ese club.
Para que la calma retorne plenamente, resulta indispensable que llegue el entendimiento con los canadienses. Estos se ven en la incómoda posición de adherirse a un esquema ya definido, aparte de tener que limar las asperezas que han surgido con su vecino del sur. Encontrar una salida rápido es importante, a sabiendas de que en la tierra de la hoja de abeto crece el sentimiento antiestadounidense.
Falta, adicionalmente, el proceso legislativo. Si hay humo blanco y los tres socios del tratado que vio la luz hace más de dos décadas quedan satisfechos, el trámite parlamentario sería sencillo. La gran pregunta es qué pasaría si Ottawa decide romper o si el pacto modificado toma meses más en ser redactado. El cambio de mando presidencial en México y las elecciones legislativas en Estados Unidos pueden convertirse en nuevos obstáculos.
Debido a ello, hay quienes piensan que es prematuro destapar champaña. Hasta la fecha lo único plenamente establecido es que Trump quiere que el nombre Nafta sea reemplazado por otro. El resto, todavía está por verse.
Ricardo Ávila Pinto
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@ravilapinto