Apenas han pasado algo más de cuatro años desde aquel 28 de abril del 2011, cuando los presidentes de Chile, Perú, México y Colombia firmaron una declaración que fue la base inicial de la Alianza del Pacífico. Concebida como un área de integración profunda que se proponía ir mucho más allá de lo comercial, abarcando el libre movimiento de bienes, servicios, capitales y personas, el nuevo club recibió un saludo entusiasta en diversas capitales.
El motivo es que el bloque no solo comprendía a los países de la región con mejor dinámica en los últimos años, sino que, en la práctica, era una respuesta a los gobiernos de izquierda, representados por Venezuela, Brasil y Argentina. El poderío conjunto de las economías representadas, colocaba a la Alianza en un lugar de privilegio a nivel mundial, gracias a su más de 200 millones de consumidores y un poder de compra superior a los dos billones de dólares anuales.
Además, la localización geográfica no pasó desapercibida para nadie. Ser vecinos de la cuenca oceánica, llamada a ser la locomotora más rápida del planeta, mostraba una vocación de futuro y de apertura de oportunidades, tanto a nivel de mercado interno como de potencial exportador.
Las posibilidades, a decir verdad, siguen ahí. Sin embargo, para nadie es un misterio que el optimismo que despertaba Latinoamérica es cosa del pasado, por lo cual la Alianza no suscita las mismas emociones de antes. Además, existe la percepción de que la velocidad es menor ahora. Mensajes equívocos como los de la administración de Chile, que aboga por un acercamiento con el Mercosur, tampoco ayudan.
Por tal motivo, es que los observadores le dan una especial importancia a la cumbre que comenzó ayer en Paracas, sobre la costa peruana, la cual contará mañana con la presencia de los mandatarios de los países firmantes del acuerdo original. En el mejor de los casos, se expresará claramente la voluntad de estrechar los lazos en múltiples campos, mediante acciones concretas.
Y no es que el balance sea pobre. El protocolo comercial se suscribió en febrero del año pasado, lo cual permite el acceso de preferencias entre los mercados que componen el bloque. El lío es que todavía hay obstáculos, unos en vía de solución, como los certificados fitosanitarios, y otros que requieren trabajo adicional.
También en lo que hace a servicios y personas, hay cosas para mostrar. La eliminación de visas y la movilidad académica, gracias a la entrega de becas, son buenos ejemplos de lo conseguido. No menos destacables son los esfuerzos de promoción turística conjuntos y el aumento en el volumen de visitantes.
Y claro, está el Mercado Integrado Latinoamericano (Mila), que comenzó con Colombia, Chile y Perú y que en diciembre del año pasado sumó a la bolsa de México, cuyo potencial es inmenso. Eventualmente, este será un vehículo clave en el desarrollo del mercado de capitales regional, a pesar del poco apetito que despierta entre los inversionistas.
No obstante, hay que hacer más, comenzando con un análisis descarnado de las dificultades. Quienes saben de estas cosas, sostienen que todavía la Alianza está arrancando y que le falta mucho terreno por recorrer. Pero ese avance depende de que el camino esté despejado y que el compromiso sea igual, y ojalá mayor, que el del primer día, para evitar que este intento se convierta en una fuente de frustraciones, cuando lo que se requiere es que ayude a impulsar el progreso de sus socios.
En este propósito, Colombia debería jugar un papel fundamental, no solo por el grado de interlocución que tiene con los demás miembros de la Alianza, sino porque Juan Manuel Santos es el único Presidente que ha estado desde el comienzo de todo. Falta ver si esa antigüedad sirve para que los resultados, que propios y extraños esperan, se vean más temprano que tarde.
Ricardo Ávila Pinto
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@ravilapinto