Es en el capítulo cuarto del tomo dos del ‘Quijote’ que un interlocutor de Sancho Panza pronuncia aquella frase, citada tantas veces desde entonces: “Nunca segundas partes fueron buenas”.
Y aunque no hay duda de que quien hace la afirmación se refiere a las aventuras del Hidalgo de La Mancha, esta se ha usado no solo para hablar de obras literarias, sino también para referirse a periodos de gobierno o épocas del año.
La aclaración es válida ahora que transcurre la última mitad del 2016 y más de un analista plantea el interrogante sobre cómo le puede ir a la economía nacional entre julio y diciembre.
A pesar de que no se conocen las estadísticas definitivas, los datos con respecto a lo sucedido entre enero y junio no son los más alentadores. Basta citar que en el primer trimestre la expansión del Producto Interno Bruto llegó apenas a 2,5 por ciento, mientras que la inflación siguió mostrando tendencia al alza.
Por lo tanto, si se van a cumplir las apuestas del Gobierno –que insiste en una expansión del 3 por ciento este año– el presente semestre deberá mostrar una mayor dinámica que la observada hasta ahora.
Para que eso ocurra, es necesario que ciertas expectativas se materialicen y que algunos temores se disipen.
En lo que atañe a las primeras, resulta fundamental que la construcción se convierta en la locomotora que tantas veces se ha anunciado, algo que depende del arranque de las obras del programa de concesiones de cuarta generación y de la actividad edificadora.
El ambicioso plan vial demoró más tiempo de lo esperado en comenzar, por cuenta de la complejidad de realizar los respectivos cierres financieros y más de uno mira con inquietud lo que puede pasar con la segunda ola de concesiones.
A su vez, existe la esperanza de que la vivienda se reactive por cuenta de los subsidios gubernamentales, aunque parecería haber cierta apatía hacia los mismos entre el público y las entidades bancarias.
No menos importante es que la transformación de la base productiva se concrete. Hasta ahora es claro que la devaluación del peso ha incidido en que las perspectivas de la industria y la agricultura sean más positivas, gracias a la mayor competitividad de los bienes locales.
Y si bien hay renglones que reverdecen y las expectativas mejoran, todavía falta para que se pueda hablar de una sólida reactivación que compense la crisis que sufren las explotaciones mineras y petroleras.
Con respecto a los hidrocarburos, la situación ya no es desesperada, gracias a que la cotización del crudo parece sostenerse en cercanías de los 50 dólares el barril. El inconveniente es que el bombeo cayó y si antes el reto era superar el millón de barriles diarios, ahora consiste en no bajar de 900.000.
Aun así, hay incertidumbres que estarán presentes. En la arena internacional, la duda es lo que pueda pasar con los coletazos del Brexit y la demanda global.
Dentro de Colombia, la gran incógnita es el índice de precios al consumidor, cuya pendiente debería comenzar a ser menos empinada, algo que –de confirmarse– llevaría eventualmente al Banco de la República a bajar su tasa de interés.
Mención aparte merece la reforma tributaria, cuyos elementos aún están por conocerse. La experiencia sugiere que hasta tanto el Ministerio de Hacienda no muestre sus cartas y se pueda examinar la actitud del Congreso hacia la propuesta, más de una decisión clave en materia de inversión seguirá en veremos.
Así las cosas, es mejor tener cuidado a la hora de hacer apuestas. De un lado, hay motivos reales pare esperar un ligero repunte en la producción interna que permita salvar el año en lo que respecta al desempleo.
Del otro, los riesgos son mayores, especialmente en el frente externo. Y para navegar bien en aguas turbulentas, la nave de la economía requiere de rumbo y buen manejo del timón. Solo así el cierre del 2016 será mejor que el comienzo.
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Editorial
Entre incógnitas y riesgos
Tras una primera mitad del año en la que fue evidente la desaceleración, la pregunta es cómo le irá a la economía en este semestre.
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Ricardo Ávila
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