Unos esperaban algo mejor y la mayoría tenía sus expectativas más influenciadas por el pesimismo.
Pero, en general, el crecimiento del 4,2 por ciento registrado por la economía colombiana en el tercer trimestre del 2014 cayó bien entre los analistas. La razón es que el frenazo en seco que llegaron a mencionar algunos profetas del desastre, sencillamente no ocurrió. Ahora, las apuestas para todo el año se encuentran muy cerca del 4,7 por ciento, que ha mencionado el Gobierno.
De concretarse esa cifra, el país se puede dar por bien servido. No hay que olvidar que la expansión del Producto Interno Bruto en América Latina se ubicará en cercanías del 1 por ciento, confirmando que la desaceleración de la región es innegable. Y si de países individuales se trata, superaremos con creces a nuestros pares, como Perú o Chile. Quedaremos un poco atrás de Panamá, República Dominicana y Bolivia, cuyo tamaño frente al nuestro es mucho menor.
¿Por qué Colombia va mejor que sus vecinos? Esa es la pregunta que se oye insistentemente en muchas latitudes. La respuesta corta es que tuvimos la fortuna de cambiar desde hace un buen tiempo el sector líder de la economía. Si durante la segunda mitad de la década pasada este fue el de la minería y el petróleo, ahora es el de la construcción. De tal manera, cuando llegó el fin de la bonanza de los bienes primarios, ya no dependíamos tanto de ellos, por cuenta de lo cual el consumo interno siguió vigoroso y la inversión privada no se detuvo.
Quien lo dude no tiene más que observar lo ocurrido entre julio y septiembre. En ese periodo las actividades extractivas se contrajeron en 1 por ciento, jalonadas por el descenso en los hidrocarburos. A su vez, la mezcla de edificaciones y de obras civiles se expandió en 12,7 por ciento, lo cual sirvió para que el PIB mantuviera una evolución favorable.
Y ese segmento no fue el único. Tampoco le fue mal al comercio, a los servicios sociales y personales o a los establecimientos financieros. Si de poner las cosas en una balanza se trata, fueron muchos más los renglones con buenos guarismos, que aquellos de pobre desempeño.
Pero más allá de evaluar lo sucedido y mirar quién ganó y quién perdió, tal vez la lección más importante que deja el examen trimestral de la economía es que el país tiene que cuidar la salud del motor que le ha permitido avanzar bien. Ese mensaje es especialmente válido en el caso de la construcción, que cuenta con la ventaja de tener encadenamientos en otras áreas y cuyo buen desempeño ayuda a que el empleo se comporte bien.
En ocasiones, lo que acaba pasando no necesariamente tiene que ver con políticas gubernamentales. En la medición más reciente fue destacable que los proyectos de oficinas y comercio -que son un indicador de confianza- evitaron que el menor ritmo de la vivienda impactara el segmento edificador. Ahora, es de esperar que con una nueva política que apunta a reactivar el desarrollo de soluciones habitacionales en ciudades pequeñas e intermedias, las cosas se encaucen por el camino correcto.
No obstante, en lo que tiene que ver con las carreteras, que son las llamadas a impulsar el crecimiento en los años por venir, el papel del Ejecutivo es fundamental. Tal parece que en el tercer trimestre se perdió un poco el paso, pues el avance registrado fue el menor en lo que va del año. Es de esperar que una vez reajustado el equipo oficial, el bache se haya superado y que en la última parte del 2014 las cosas vuelvan a mejorar.
Si eso es así o no, es algo que se sabrá en marzo cuando el Dane entregue el balance definitivo. Pero mientras se conocen los datos, el mensaje de fondo es que la salud de la economía colombiana está atada a la evolución de las obras de infraestructura, pues por ahora es la única manera efectiva que hay de luchar contra la corriente.
Ricardo Ávila Pinto
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