Aquel conocido dicho según el cual ‘todo depende del cristal con que se mire’ bien puede aplicársele a la jornada electoral de este domingo en Colombia. En un clima relativamente pacífico, en el cual la abstención volvió a ser notoria, quedaron para la historia dos realidades aparentemente contradictorias, pero que coexisten sin problema bajo el mismo cielo.
La primera es la de las grandes capitales, en las cuales el voto de opinión marcó otra vez la pauta. En Bogotá, la gran noticia no solo fue el triunfo de Enrique Peñalosa, que superó por un margen estrecho a Rafael Pardo, sino el hecho de que la izquierda, encarnada por Clara López, perdió el poder tras 12 años de haberlo conquistado. Su derrota debería ser entendida como un castigo a la gestión de Gustavo Petro, quien en la recta final de la campaña olvidó el decoro con tal de impulsar la causa de la aspirante de la bandera amarilla.
Más sorpresiva, sin duda, resultó la victoria de Federico Gutiérrez en Medellín, quien aparecía por debajo en todas las encuestas frente a Juan Carlos Vélez, del Centro Democrático. El revés es significativo para el principal partido de oposición, que alcanzó a hacer cuentas alegres que no le resultaron.
Por su parte, en Cali pesó más el temor de dar un paso atrás, combinado con la fortaleza de la coalición que rodeó el nombre de Maurice Armitage, que el poder de algunas maquinarias. Esta vez los habitantes de la capital del Valle se inclinaron por una persona con poca experiencia en los asuntos de gobernar, pero con buenas intenciones a la hora de acertar en su administración.
A su vez, en el caso de Barranquilla la discusión no era si Alex Char iba a ganar o no, sino el margen con el cual resultaría elegido. Al fin de cuentas, cuando abandonó el palacio municipal, lo hizo como el alcalde más popular en la historia del país, con un índice de favorabilidad del 94 por ciento.
En todos los casos, y unos cuantos más, el mensaje de los votantes podría resumirse como la preferencia por quien les pareció más capaz. En lugar de seguir directrices o hacerles el juego a componendas, la gente prefirió a aquel o aquella que les gustó más, amparada en el secreto del sufragio.
Lamentablemente, al tiempo que esos casos de independencia dan para afirmar que la salud de la democracia colombiana es buena y que aquí se ejercita la libertad de elegir, también fueron múltiples los casos en que se hicieron evidentes vicios inquietantes. Otra vez el dinero en efectivo hizo presencia, al igual que los mercados o las amenazas para influir en quienes están en la nómina oficial. En decenas de poblaciones se documentaron múltiples abusos, y en lo que atañe a las gobernaciones, el mensaje es de desesperanza, pues todo indica que se dieron pasos atrás.
Por tal razón, resulta iluso querer celebrar como extraordinaria una jornada en la que algunos ganaron en franca lid, mientras que otros lo hicieron usando estrategias totalmente censurables. Decir que el país va a ser otro tan pronto arranque el nuevo año no tiene fundamento, pues junto a unos cuantos buenos, también llegarán mediocres y corruptos, más interesados en el bien propio que en el común.
Lo anterior no demerita en absoluto lo que pasó en las principales urbes. Así como el mal ejemplo a veces cunde, el bueno se puede contagiar igualmente. El caso de Bogotá, actualmente epicentro del pesimismo nacional, puede servirle al resto del país si Peñalosa consigue darle un giro rápido a la capital, tan abandonada a su suerte, o si Medellín, Cali y Barranquilla continúan por la senda correcta.
En eso consiste la importancia de las elecciones del domingo. Los alcaldes citados deben entender que una buena labor trasciende los límites de su municipio, pues sube los estándares y se vuelve crucial para aquellos lugares en donde los anhelos de cambio quedaron otra vez aplazados, hasta la próxima cita con las urnas.
Ricardo Ávila Pinto
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