Las encuestas lo daban como favorito, pero solo hasta que salieron los boletines de la Registraduría fue posible afirmar que Iván Duque será el nuevo presidente de los colombianos. A lo largo de las últimas horas los medios de comunicación abundaron en análisis que destacan la diferencia de doce puntos porcentuales entre el triunfador y Gustavo Petro; las disparidades regionales de un país segmentado; y el hecho histórico de que un candidato de izquierda logró ocho millones de votos, lo cual lo coloca de primero en el partidor con miras al 2022.
Pero más allá de las lecciones y las cábalas, no hay duda de que para el mandatario electo las preocupaciones inmediatas son de otro tenor. Estas van desde la conformación del gabinete y su equipo de Gobierno, hasta poner en marcha el propósito de lograr acuerdos con sus contradictores, orientados a impulsar las reformas que requiere el país.
Los observadores estarán atentos sobre si el tono inicial de la administración que viene se ubica más en el centro o la derecha del espectro ideológico. También habrá que ver si el empalme con Juan Manuel Santos y su equipo es cordial, más allá de la conocida enemistad entre el actual inquilino de la Casa de Nariño y Álvaro Uribe. La suerte del proceso de paz, así no ocupe un lugar destacado en las preocupaciones de los ciudadanos, despertará especial interés tanto dentro como fuera de Colombia.
En el plano económico, es muy probable que el fin de la incertidumbre se traduzca en una reactivación del consumo y en la luz verde a varios proyectos de inversión. Cada vez eran más numerosos los reportes con respecto al aplazamiento de decenas de decisiones de compra, ante la eventualidad de un giro en el modelo de desarrollo, aparte de que ese temor fuera justificado. Si se toma como parámetro lo ocurrido en Chile, cuando la llegada al poder de Sebastián Piñera le ayudó al comportamiento de la demanda interna, la segunda mitad del 2018 debería ser mejor que la primera.
No obstante, lo más importante son las señales que plantean un continuismo en el plano económico. El respeto a la regla fiscal o la intención de impulsar el crecimiento a través de medidas que apoyen la actividad privada, forman parte de un mensaje que servirá para tranquilizar a los más nerviosos. En lo que atañe al libre comercio, no vendrán más tratados, pero al menos no habrá marcha atrás en el propósito de buscar una mayor integración con el resto del mundo.
Aun en medio de esos mensajes, lo más complejo será cumplir las promesas de bajar tarifas a la renta de las personas jurídicas, sin tocar las de las personas naturales. La idea de cuadrar las cuentas públicas por la vía de eliminar la corrupción y el despilfarro suena muy atractiva en los discursos, pero en la práctica las cosas son a otro precio. El motivo es que el presupuesto nacional se caracteriza por su inflexibilidad, con lo cual el margen de maniobra es mucho más estrecho de lo que se piensa.
Es de imaginar que para evitar las especulaciones, el Presidente electo dará a conocer en pocas semanas el nombre de su ministro de Hacienda. Más allá de su intención de hacer un quiebre generacional, los mercados apreciarán la designación de alguien con experiencia para manejar crisis, que pueda decirles que no a sus colegas de gabinete en cuestiones de gasto. Igualmente, el titular de Minas es clave, dado el dolor de cabeza que puede crear en unos años el aplazamiento de la entrada en operación de Hidroituango.
Por tal razón, no hay mucho espacio para que Duque descanse en las semanas que quedan antes del 7 de agosto. Las tareas que tiene por delante son inmensas y el anhelo de cambio también. Si logra disminuir la polarización que divide a los colombianos, arrancará con pie derecho. En ese sentido, el discurso de anoche fue un paso en la dirección correcta.
Ricardo Ávila
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