Cuando hace cerca de un mes el Gobierno decidió apostarle al ahorro de energía voluntario, como una manera de espantar el fantasma del racionamiento eléctrico, asumió un riesgo considerable.
El motivo es que el éxito o fracaso de la estrategia recaería directamente en cabeza de Juan Manuel Santos, quien desde el inicio se echó el tema en hombros, desoyendo las recomendaciones de los técnicos que proponían una serie de cortes de luz programados.
Pero pudo más la terquedad del mandatario, mezclada con algo de suerte. El propósito fijado fue el de ahorrar al menos el 5 por ciento del consumo diario, lo que equivale a 9,5 gigavatios.
Para las seis semanas establecidas como meta, el total ascendía a 400 gigavatios, algo que permitiría conservar más agua en los embalses que se usan con el fin de generar, hasta que las lluvias retornen a sus patrones normales.
Todo indica que el esfuerzo dio frutos. Según reportó el propio Santos el sábado, las economías en las tres primeras semanas del programa llegaron a 22 gigavatios al día, con lo cual el objetivo se logró en la mitad del tiempo. Debido a ello, la Casa de Nariño dijo que el peligro de un apagón prácticamente desapareció, aunque advirtió que la moderación en el consumo debería seguir siendo la norma.
Es verdad que el mayor mérito de lo ocurrido les corresponde a los colombianos, que supieron apagar el interruptor, sobre todo durante la Semana Santa. Aun así, lo más destacable es que la generación térmica respondió, superando incluso los 100 megavatios diarios en algunas fechas, algo que nunca había sucedido.
La magnitud del esfuerzo se entiende cuando se considera que el aporte de las termoeléctricas es apenas algo más de la mitad de esa suma, cuando las condiciones son normales.
En lo sucedido no solo intervinieron las plantas que existen para ese propósito, sino que empresas que cuentan con sus propios sistemas de autogeneración, acabaron entregándole sus excedentes al sistema interconectado nacional.
Un elemento definitivo es que las averías que sacaron a varias turbinas importantes de circulación fueron reparadas sin mayores contratiempos. A finales de febrero era claro que estábamos transitando por el filo de la navaja por cuenta de una serie de imprevistos, pero en la medida en que la mayoría de los correctivos se pudieron adoptar, las cosas empezaron a enderezarse.
Para completar, la sequía extrema de comienzos del año es cosa del pasado. En cada vez más lugares del territorio, los paraguas han vuelto a ser obligatorios y no para protegerse del sol, sino de los aguaceros.
Aunque todavía faltan más precipitaciones para que los ríos recuperen sus caudales usuales, los embalses más importantes han bajado menos de lo proyectado y en un par de casos empiezan a subir de nivel.
Ahora, lo que queda es esperar que San Pedro siga abriendo la llave y que el arreglo de la central hidroeléctrica de Guatapé se adelante sin contratiempos. Según el cronograma establecido por EPM, cuyos técnicos son los encargados de cambiar los cables que se quemaron siete semanas atrás, la primera unidad de las cuatro existentes empezará a generar a comienzos de mayo. Ese arreglo facultará a las centrales de San Carlos y Playas, localizadas aguas abajo, para que recuperen su capacidad.
Por tal razón, lo mejor es mantener el estado de alerta activado durante al menos un mes adicional. Más allá de que la probabilidad de un racionamiento sea muy baja, aún existe, debido a lo cual no se pueden cometer errores.
Para más adelante, la tarea será la de aprender las lecciones dejadas por esta crisis. Así el fantasma del apagón se haya disipado, el susto fue grande. Y dado que los fenómenos climáticos serán más intensos en los años por venir, es obligatorio adoptar correctivos para que la emergencia que acabamos de superar no se vuelva a repetir.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto
Editorial
Se disipó el fantasma
La apuesta del Gobierno para evitar un racionamiento dio resultados. Es obligatorio adoptar correctivos para que la emergencia no se vuelva a repetir.
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Ricardo Ávila
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