Tal vez no exista un solo medio de comunicación relevante en el planeta que se precie de haber pasado por alto el primer año de Donald Trump en la Casa Blanca. Con pocas excepciones, los análisis y opiniones coinciden en que el presidente republicano confirmó la impresión de que no está preparado para ocupar la silla en la que se sentó por primera vez George Washington, pero que su balance en materia económica es muy favorable, como lo muestra un clima de prosperidad evidente.
Sin embargo, más allá de la mirada hacia atrás que incluye la reforma fiscal de diciembre, los intentos de cerrarles la puerta a los inmigrantes de determinados países, o la obsesión de destruir el legado de Barack Obama, vale la pena centrarse en lo que puede pasar en los próximos doce meses. El motivo es que las nubes de tormenta se siguen formando en el horizonte y el carácter del presidente estadounidense puede ser determinantes para que esta se desate.
A primera vista, no hay grandes motivos de preocupación en el campo de la economía. El arranque del 2018 ha estado acompañado de máximos históricos no solo en la bolsa de Nueva York, sino en otras plazas. Si bien hay perspectivas de alzas en la tasa de interés que maneja el Banco de la Reserva Federal, el reajuste es visto como un retorno a la normalidad, ahora que la inflación se ubica dentro de sus rangos usuales.
En el ámbito global, hay una reactivación en marcha que se siente en los cinco continentes. Las cifras de los países más ricos son buenas, mientras que las economías emergentes recuperan el ritmo perdido. Incluso en América Latina, que sigue rezagada frente a otras regiones, las cosas pintan mucho mejor.
Las dudas, entonces, vienen del campo político. Para comenzar, en noviembre habrá elecciones legislativas en Estados Unidos y la probabilidad de que el Partido Republicano pierda la mayoría, al menos en una de las dos cámaras, es elevada. Tanto a nivel de gobernaciones como en la escogencia del reemplazo de un senador, los demócratas han sido los amplios triunfadores en meses recientes.
Un Trump a la defensiva o arrinconado en la impopularidad estará tentado a jugar la carta del populismo. Una opción que no haría daño inmediato sería la propuesta de poner en marcha un programa de reconstrucción de la infraestructura norteamericana, aunque en su momento los expertos debatirán si un mayor gasto es lo que necesita una nación que crece cerca de su potencial y cuyas perspectivas fiscales son inquietantes.
Mucho más grave, en cambio, sería jugar la carta del proteccionismo o de la xenofobia. El lío es que en plena renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte –más conocido como Nafta, por su sigla en inglés–, la tentación de patear la mesa es enorme. A fin de cuentas, el magnate llegó a la presidencia a punta de convencer a una porción del electorado de que la globalización es un pésimo negocio en el cual el único que pierde es el Tío Sam.
Ello explica por qué en días recientes el tema del muro en la frontera con México ha vuelto a ganar notoriedad. Si las cosas siguen como van, sube el riesgo de medidas unilaterales que se sentirían no solo al sur del río Grande, sino al otro lado del Pacífico.
Lo anterior se suma al temor de que se presente un incidente serio en lo que atañe a la seguridad del planeta. Es verdad que la tensión con Corea del Norte parece estar bajando, pero Pyongyang sigue con su arsenal nuclear y la tesis de un golpe preventivo hace carrera en algunos sectores de la opinión.
Por tales motivos, el segundo año de Donald Trump puede ser aún más complicado que el primero. Colombia, que se ha ganado sus dardos, no puede descuidar lo que suceda en Washington. Y el resto del mundo, tampoco.
Ricardo Ávila
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