La cita no puede calificarse como un mero encuentro protocolario, agendado a última hora por cuenta de la presencia de ambos mandatarios en la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York. Para los observadores regionales, la reunión que sostendrán este martes Iván Duque y Donald Trump es clave no solo porque servirá para darle un buen repaso a la agenda binacional, sino porque puede tener implicaciones de fondo, debido a las señales que ha venido enviando la Casa Blanca con respecto a Venezuela.
Que hay muchos temas en el tintero, es algo innegable. En materia comercial, seguimos en el grupo de afectados por la determinación unilateral de Estados Unidos de imponerles aranceles a las importaciones de acero y aluminio. Los compromisos firmados para acceder a la Ocde son igualmente un irritante, en lo que atañe a la chatarrización de camiones y la propiedad intelectual en el sector farmacéutico.
No obstante, los platos fuertes son otros. La noticia según la cual una dependencia de la ONU concluyó que en el 2017 el área sembrada de coca en el territorio nacional llegó a 171.000 hectáreas, 17 por ciento más que el año inmediatamente anterior, confirmó un inquietante panorama.
Tal como están las cosas, y en comparación con el 2013, los cultivos han subido en tres veces y media, mientras el rendimiento tiende a ser mayor. El cálculo de la entidad multilateral es que la producción anual estaría en cercanías de 1.400 toneladas de cocaína, todo un récord histórico.
Para el Tío Sam, que desde el nacimiento del Plan Colombia, a finales del siglo pasado, viene entregando un paquete de ayudas tasado en más de 10.000 millones de dólares, los datos señalados son un descalabro. Frente a la narrativa que describía lo hecho en el país como un éxito de la política exterior norteamericana, están las voces de los críticos que dicen que estamos peor que al comienzo.
Es muy posible que en otras circunstancias, Washington no se habría quedado de brazos cruzados. La probabilidad de regresar a las oscuras épocas en las que nuestros esfuerzos en la lucha contra los narcocultivos eran saludados con una descertificación, sería real si el contexto regional fuera distinto.
No obstante, la crisis venezolana obliga a los estadounidenses a no antagonizar al que ha sido su aliado más firme en la zona desde hace tiempo. Por un lado, está el fenómeno migratorio, que ya es considerado como uno de los más significativos a nivel global. A los 2,5 millones de personas que han salido de Venezuela desde el 2014 se agregaría un número mayor, si la escasez y la falta de oportunidades siguen siendo la norma en la nación vecina.
Igual de inquietante es el panorama de seguridad. Ante la insatisfacción interna, el régimen en Caracas puede verse tentado a jugar la carta del conflicto externo, cuyo detonante sería un incidente fronterizo serio. También hay que hablar de la eventualidad de una acción militar estadounidense, ante la impresión compartida por muchos de que solo por la fuerza será posible remover a Nicolás Maduro y acabar con la dictadura chavista. Dados los bajos números de Trump en las encuestas, este a lo mejor considera que usar las armas le traería réditos políticos internos y le sirve para marcar terreno en América Latina.
Aunque a más de uno los escenarios planteados le sonarán poco factibles, Iván Duque está obligado a tener una respuesta preparada antes de su cita de mañana. La actitud ambivalente de integrantes de su Gobierno en días recientes frente a Venezuela, se presta para especulaciones. Por eso hay que enviar mensajes claros, que comiencen por la defensa del principio de no agresión. Más allá del retroceso con los cultivos ilícitos, no podemos involucrarnos en aventuras riesgosas. Una cosa es una cosa y otra cosa, es otra cosa.
Ricardo Ávila Pinto
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