El anuncio de un acuerdo entre el Gobierno y el Eln para iniciar conversaciones tendientes a la desmovilización de ese grupo guerrillero fue recibido con optimismo por muchos sectores. Y no es para menos. A medida que se acerca la posibilidad real de culminar la negociación con las Farc, está cada vez más claro que el logro de una paz completa y duradera depende de conseguir un acuerdo similar con el otro grupo subversivo que opera en el país. De no ser así, muchos militantes de las Farc podrían seguir operando con otra bandera, lo que dificultaría la verificación del cumplimiento de los acuerdos y erosionaría su impacto sobre la seguridad.
Pero, con el paso de los días, el optimismo inicial ha sido matizado por varios interrogantes. Una de las mayores preocupaciones tiene que ver con el freno que puede representar esta nueva negociación para el proceso con las Farc. La inquietud surge de un aspecto básico de cualquier negociación: en la medida en que quien está terminando un proceso (en este caso las Farc) vea que el que está iniciando otro puede lograr más beneficios, lo más probable es que intente acceder también a ellos. La posibilidad de que esto ocurra no es despreciable, teniendo en cuenta que la agenda de los diálogos con el Eln luce más genérica que la negociada con las Farc y podría llegar a tener un mayor alcance.
La eventualidad de que la negociación con el Eln retrase la de las Farc, tendría un impacto negativo sobre la economía que no se puede ignorar. El eslabón que conecta ambas discusiones es la necesidad que tiene el país de una reforma tributaria. A estas alturas todos los observadores tienen claro que la caída de la renta pública derivada de los ingresos del petróleo ha generado un desequilibrio fiscal insostenible.
Al Gobierno le urge elevar sus ingresos tributarios para cumplir las metas establecidas por la Regla Fiscal, pero también para dar una señal de confianza a los acreedores del país. Y es que la estabilidad económica depende de la financiación del inmenso desequilibrio externo generado por la caída de los precios del crudo, que supera el 6 por ciento del PIB y es el mayor entre las economías similares de la región. Parte de ese desajuste se tradujo en la devaluación que tuvo el peso desde mediados del 2014, y parte ha sido neutralizada con el ingreso de capitales foráneos de crédito e inversión que han permitido cubrir el déficit.
Esta financiación externa ha sido posible gracias a la confianza que genera en los agentes económicos internacionales la buena evaluación que han hecho las agencias calificadoras de riesgo de la economía colombiana: hoy nuestra deuda soberana está calificada dos niveles por encima del grado de inversión. Lo preocupante es que esa situación puede cambiar si se sigue deteriorando el panorama fiscal, como lo afirmó hace unas semanas la agencia Standard and Poor’s al reducir su perspectiva sobre la deuda colombiano.
Si no se aprueba una reforma tributaria en el Congreso este año, la deuda del país puede perder su grado de inversión, lo que alejaría los recursos necesarios para financiar el déficit externo. Una situación como esa no solo generaría grandes presiones devaluacionistas e inflacionarias, sino que podría derivar en severos aumentos de las tasas de interés y una drástica desaceleración económica.
Por supuesto que el gobierno es consciente de esta situación, pero cree que no puede pelear al tiempo dos batallas políticas: la de la reforma tributaria y la del plebiscito por la paz. Por eso, las autoridades le han estado apostando a terminar la negociación con las Farc en el primer semestre, realizar un plebiscito por la paz a mediados de año y presentar la reforma tributaria al Congreso en el segundo semestre. Pero, ahora que el proceso con las Farc ha empezado a dilatarse, y que puede prolongarse más con el inicio de los diálogos con el Eln, hay que dejar de lado esa secuencialidad. El gobierno debe presentar la reforma tributaria al Congreso cuanto antes, al margen de lo que suceda con los diálogos de paz. Cualquier decisión distinta no equivale a jugar con fuego, sino a iniciar un incendio.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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Editorial
Se enredaron los tiempos
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