El nuevo año apenas despierta y desde ya los analistas tienen un pronóstico establecido: que los meses que vienen no se van a parecer mucho en su comportamiento a los del pasado reciente. En otras palabras, que lo que se había vuelto normal ha dejado de serlo y ahora los patrones van a ser distintos de aquellos a los que el mundo se había acostumbrado.
Semejante afirmación está apoyada en una realidad cambiante. Después del impacto que significó la crisis económica que estalló en el 2008 y tras la reacción de los bancos centrales de los países más importantes, hubo cierta estabilidad en diversos frentes. Esta incluyó dinero abundante y barato, un dólar débil, precios relativamente altos de las materias primas y un estancamiento en las naciones más ricas.
Varios de los remedios aplicados tenían carácter temporal, pero debido a que se demoraron en hacer efecto, más de uno olvidó que no podían ser permanentes. Como si eso fuera poco, no todos reaccionaron de igual forma al tratamiento. En concreto, Estados Unidos experimentó una recuperación vigorosa, que se tradujo en una importante creación de empleos. Mientras tanto, Europa –con la excepción de Gran Bretaña– y Japón permanecieron en recesión.
De manera paralela, las naciones emergentes comenzaron a experimentar problemas. China ha perdido fuerza en su expansión y su velocidad de crucero es más cercana al 7 por ciento anual, que al 10 por ciento que experimentó durante cerca de tres décadas. Mucho peor es lo que le pasa a Rusia o Brasil, que por circunstancias diferentes se encuentran en una especie de callejón del que no es fácil salir.
Tales circunstancias influyen sobre la cotización de los bienes primarios que tanto le ayudaron a América Latina a crecer más rápido. Más allá de los altibajos puntuales, es indudable que el ciclo alcista terminó y, por ende, la época de bonanza. El caso más dramático es ahora el del petróleo, pues no solo hay un exceso de oferta, sino una política explícita de los productores que tienen menores costos de sacar a más de un competidor del mercado.
Y los ajustes no terminan ahí. Todo apunta a que el Banco de la Reserva Federal estadounidense elevará las tasas de interés en los meses que vienen, con el fin de evitar que una economía que va rápido se desborde. Esa perspectiva seguirá atrayendo capitales al Coloso del Norte, tanto por motivos de rentabilidad como de seguridad en los rendimientos.
Los elementos mencionados deberían fortalecer el dólar aún más. Así lo han sentido no solo monedas como el real brasileño o el peso colombiano, sino también el euro, el yen y la libra esterlina.
Por tal motivo, mientras diferentes agregados llegan a sus nuevos puntos de equilibrio, la volatilidad en diferentes mercados será la constante y no la excepción. Para utilizar la figura, hay una reacomodación de las placas tectónicas que componen la economía global y mientras esta termina, la sismicidad tiende a aumentar, en algunos casos con temblores pequeños y en otros con terremotos.
Tanto los inversionistas como las autoridades deberían tomar nota, pues quien crea que las cosas seguirán iguales se arriesga a estrellarse contra el muro de una realidad distinta. En momento de vientos cruzados como los de ahora, lo más aconsejable es la prudencia que incluye tener cuidado con niveles de endeudamiento y las fuentes de crédito.
En el caso de Colombia, es previsible no solo que el peso siga devaluado, sino que las primas de riesgo aumenten y la financiación de ciertos proyectos sea ahora más exigente. Y aun si la economía nacional se ve sólida, no se puede desconocer que estamos en un vecindario complicado, lo cual nos puede pasar factura.
Aceptar que eso forma parte igualmente de las nuevas realidades nos puede evitar dolores de cabeza innecesarios. Porque el entorno es distinto y mientras se establece en qué consiste la nueva normalidad, lo que viene es un periodo de volatilidad y vaivenes.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co