Por estos días en los que la Cámara Colombiana de la Construcción realiza su congreso anual en Cartagena, ha vuelto a debatirse la situación de un sector que ha evolucionado bien en años recientes. Así, el Producto Interno Bruto del ramo de edificaciones registró un incremento del 10 por ciento anual en promedio durante el 2012 y el 2013.
Si a lo anterior se le agrega el capítulo de las obras civiles –que esperan el impulso del programa de vías de cuarta generación, que ya se comenzó a adjudicar– es fácil entender por qué los analistas pronostican que la actividad debería ser la líder en el país en lo que queda de la presente década.
No obstante, quienes saben del asunto señalan que el gremio se enfrenta a más de una incógnita. Tales interrogantes están relacionados, en particular, con el renglón de la vivienda, que ha tenido un impulso importante en el pasado reciente por cuenta de decisiones gubernamentales como el programa de las 100.000 casas gratis para los más pobres. No menos destacables han sido los beneficios derivados de un entorno favorable, atribuible a la buena salud de la economía.
Pero al mismo tiempo que los avances son constatables, hay señales que vale la pena mirar. La más llamativa tiene que ver con los precios que han tenido una clara tendencia al alza. Según cálculos hechos por Anif, el valor de una vivienda usada subió 77 por ciento en promedio desde el 2005, mientras que el de una nueva lo hizo en 65 por ciento. Los saltos se han visto en la mayoría de ciudades del país y en todos los estratos sociales, siendo Bucaramanga la de los mayores incrementos, seguida de cerca por Bogotá.
El problema es que junto a esas tasas de crecimiento, el ingreso disponible de los hogares tan solo ha ascendido 43 por ciento. Eso quiere decir que quienes ya se encuentran en el grupo de los propietarios, han visto como su patrimonio se ha expandido, mientras que para los que aspiran a serlo, la vara ha subido de nivel. Un estimativo del Grupo Bancolombia afirma que, en términos de salarios mínimos, el costo de una vivienda en el estrato dos pasó de 5,9 a 11 años entre el 2003 y el 2013. Y en el caso del seis, dicha equivalencia subió de 88,6 a 111,8 años en el mismo lapso.
Más allá de lo que eso significa en términos de brechas, el mensaje que surge a priori es que la meta de tener un techo se encuentra más lejana para millones de colombianos. No tanto, anotan los que indican que la baja en las tasas de interés permite un mayor grado de apalancamiento financiero y que en el país ha ocurrido algo muy similar a lo que se ha visto en Brasil, Perú o Chile, en donde la finca raíz también se ha encarecido.
Mientras el debate continúa, hay quienes miran los elementos que pueden influir sobre el desempeño del sector. Para los optimistas, la expansión de la clase media garantizará que la demanda se mantendrá fuerte. Otros señalan que el final del ciclo alcista en las cotizaciones de los productos básicos influirá sobre el ramo inmobiliario, aunque existe la ventaja de que no hay una burbuja de préstamos, pues las lecciones de la crisis del siglo pasado fueron aprendidas.
En medio de las fuerzas encontradas, el dilema del Gobierno que venga es continuar con la política emprendida o cambiar de línea. Aparte del futuro del programa de las casas gratis, está la discusión sobre si el subsidio a los intereses ha contribuido a que suban los precios, como lo aseguran varios estudios.
También sigue pendiente el tema de la oferta de suelos que, en el caso de Bogotá, ha tenido mucho que ver en las alzas, algo que requiere no solo el liderazgo del Ejecutivo, sino el concurso de los alcaldes. Por tal motivo, una vez pasada la época de las promesas electorales es hora de que los técnicos metan baza en el asunto, porque este es un tema que merece una política de largo plazo y no simplemente convertirse en un instrumento de la política.
Ricardo Ávila Pinto
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