La foto de la semana pasada, en la cual Nicolás Maduro y el presidente chino Xi Jinping pasan revista a la guardia de honor congregada en el Gran Palacio del Pueblo en Pekín, fue publicada en la mayoría de los diarios latinoamericanos. A primera vista se trata de la reafirmación de una alianza que va sobre ruedas y que se habría traducido en nuevos compromisos de cooperación en favor de la economía bolivariana.
La realidad, sin embargo, sería otra. Lejos de las aspiraciones de Caracas en el sentido de recibir una transfusión de recursos para paliar sus dificultades de liquidez, agudizadas por el desplome en los precios del petróleo, la dirigencia de la nación más populosa del mundo se concentró en promesas generales, no específicas. Mientras tanto, la escasez de bienes de primera necesidad en los mercados venezolanos persiste, lo cual se constituye en una fuente adicional de presión para el inquilino del Palacio de Miraflores.
Un poco mejor le habría ido a Rafael Correa, quien también estuvo al otro lado del Pacífico con el fin de pedirles a los chinos una mano. El líder ecuatoriano promovió las ventajas de su país y buscó inversiones que superarían los 5.000 millones de dólares, aunque sin el mismo sentido de urgencia.
Pero más allá de lo que se vuelva realidad, el mensaje de fondo es que hay otra potencia en el firmamento de América Latina. El surgimiento de China es evidente a lo largo y ancho de la región, lo que se expresa en cifras. De acuerdo con cálculos de la Cepal, entre el 2000 y el 2013 el comercio bilateral se multiplicó por 22, al pasar de 12.000 a 275.000 millones de dólares.
Visto de otra manera, si al comenzar el siglo uno de cada diez dólares exportados por los países latinoamericanos venían de compradores chinos, ahora esa proporción es de diez. Y en lo que hace a las importaciones, esa participación llegó al 16 por ciento. A pesar de que las cifras definitivas todavía no están, todo indica que en el 2014, China habría desplazado a la Unión Europea como nuestro segundo mercado.
Un poco más atrás están las inversiones directas. Cada vez más, esta parte del mundo recibe capitales de origen chino, algo que al parecer seguirá en aumento. Según lo anunció el propio Xi Jinping, en la inauguración del foro ministerial, que convocó a los representantes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en Pekín, hay el propósito de que los fondos destinados a proyectos tangibles o compra de compañías asciendan a 250.000 millones de dólares en la próxima década.
Si se toma como base un documento dado a conocer, relacionado con aportes de fondos a seis áreas específicas, están claras las zonas de interés. Estas incluyen energía y recursos naturales, construcción de infraestructura, agricultura, manufactura, innovación y tecnologías de la información y las comunicaciones.
A lo anterior hay que agregar las acreencias. En el caso de Ecuador, una tercera parte de la deuda externa está concentrada en entidades chinas, mientras que en Venezuela esa proporción sería mayor. Los pagos, en algunos casos, son en especie, como pasa con el petróleo, mientras en otros comprenden acciones en compañías públicas o condiciones preferenciales a la hora de acceder a ciertos procesos licitatorios.
Sea como sea, el vuelo del dragón chino se nota cada vez más en la región. Desde Argentina hasta México hay ejemplos de alianzas en múltiples sectores. En Colombia, esa presencia es menos notoria, pero la Cepal afirma que el dinero que llegó entre 2010 y 2013 superó los 2.000 millones de dólares.
En muy pocos casos, vale la pena señalarlo, se trata de donaciones. Hay un interés de garantizar un adecuado abastecimiento de materias primas y de tener operaciones rentables. Por eso quienes fueron a pasar la escudilla deben tener claro que también a China todo lo que se le pida, habrá que devolverlo.
Ricardo Ávila Pinto
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