“Fue solo un formalismo”. Así describió uno de los integrantes de la junta directiva de Ecopetrol la votación del jueves pasado, en la que se escogió por mayoría a Juan Carlos Echeverry como nuevo presidente de la empresa. El desenlace confirmó lo que se había dicho desde un comienzo, en el sentido de que el exministro era el preferido de la Casa de Nariño para suceder a Javier Genaro Gutiérrez.
Es verdad que un conato de rebelión, protagonizado por algunos de los miembros independientes de dicho cuerpo en diciembre, llevó a la contratación de una firma cazatalentos para que identificara y evaluara diferentes candidatos. Aunque se llegó a hablar de la posible escogencia de un extranjero tipo ‘Pékerman’, la posibilidad de que Santos dejara que un tercero tomara la decisión era cercana a cero. Como dijo alguien próximo al mandatario, “la política del Buen Gobierno tiene sus límites”.
No vale la pena, entonces, especular sobre lo que pudo ser y no fue. El hecho es que en la primera semana de abril Echeverry tomará posesión de un cargo para el cual, sin duda, está capacitado.
Aparte de su reconocida inteligencia, de su bagaje académico y profesional, el economista bogotano conoce la compañía por haberse desempeñado como directivo en más de una ocasión.
Aun así, las cosas son diferentes en comparación con el momento en el cual dejó el Ministerio. La bonanza es cosa del pasado y el deterioro de los indicadores financieros inquieta a más de uno. Tras las pérdidas registradas en el último trimestre del 2014, es casi seguro que los saldos en rojo volverán entre enero y marzo y podrían prologarse si no hay un repunte en las cotizaciones internacionales del petróleo, lo cual parece improbable.
Por lo tanto, el primer desafío del nuevo presidente será el de infundir confianza, tanto a trabajadores como inversionistas y al público en general. Sin desconocer que la firma atraviesa por aguas turbulentas, el mensaje debe ser que hay en el timón de la nave un capitán que es capaz de llevarla a puerto seguro y al que no le temblará la mano para tomar decisiones dolorosas que incluyan reestructuraciones, venta de activos e investigaciones internas para extirpar el cáncer de la corrupción.
De especial importancia es dejar en claro que hay un futuro posible. No solo la puesta en marcha de la refinería de Cartagena –cuyas dificultades llevaron a Echeverry a salirse de casillas en un bochornoso episodio hace unos años– necesita despejarse, sino que hay que definir una senda para que la empresa supere el tema más crítico de todos: su bajo nivel de reservas. Ese es un reto inmenso, tras los recortes en el presupuesto de inversiones y las presiones de un socio mayoritario –la Nación– que exige que se le gire lo que más se pueda en dividendos.
En consecuencia, el exministro requiere actuar con autonomía, pues su obligación es garantizar que la compañía tenga un futuro promisorio. Al fin de cuentas, las buenas o malas decisiones que se tomen ahora tendrán repercusión en un lapso que supera lo que dura un periodo presidencial, y aquí lo que hay es un voto de confianza en alguien que tiene que preservar el valor del mayor activo individual que tienen los colombianos.
También hay que tener carácter para manejar las pretensiones de la Unión Sindical Obrera, que seguirá agitando las aguas. Más allá de lo que suceda con el llamado a la huelga en el sector, la crisis vendrá acompañada de tensiones y Echeverry requerirá de firmeza y serenidad.
Menos aceptable aún sería pretender que el cargo es una especie de trampolín para alguien que alguna vez tuvo aspiraciones políticas y que debe dejar en claro, desde el comienzo, que solo mirará por los ojos de Ecopetrol. Eso no garantiza el éxito, pero, sin duda, sería la manera ideal de empezar a transitar un camino tortuoso, en el que harán falta brillantez, audacia y coraje, cualidades que el nuevo presidente tiene de sobra.
Ricardo Ávila Pinto
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