Por estos días, en los que en el fútbol mundial se encuentra sacudido por cuenta del escándalo de la Fifa, que ayer le costó la cabeza a su presidente, Joseph Blatter, es fácil olvidar que la mayoría de las cosas en el deporte más popular del planeta, siguen su curso normal.
En materia de clubes, el fin de los respectivos títulos de liga o el respiro de mediados del año es la oportunidad para que se revisen las nóminas y centenares de jugadores cambien de camiseta. En lo que hace a las selecciones, torneos como la Copa América, que está a punto de comenzar, se volverán a celebrar, así los dirigentes se ganen silbatinas en los estadios.
La analogía es válida para la administración de Juan Manuel Santos, que ayer registró la partida de quien había sido descrito como el número 10 del equipo. En una decisión sorpresiva para la opinión, el ministro de la Presidencia, Néstor Humberto Martínez, presentó renuncia al importante cargo que venía ocupando desde septiembre pasado.
No vale la pena entrar en el juego de las especulaciones sobre por qué alguien que, en principio, había firmado por varias temporadas, decidió salirse del plantel. Habrá más de uno que diga que aquí sucedió algo similar a lo ocurrido con el delantero del Manchester United, Radamel Falcao García, a quien no le renovaron el contrato. Otros dirán que un profesional de primera línea, que es dueño de su propio pase, busca jugar en otras canchas en las que tenga más autonomía.
Sea como sea, es evidente que en cuestión de semanas el equipo que había sido armado para enfrentar los desafíos del segundo tiempo de la actual administración, ha perdido fichas importantes. La más técnica fue el ministro de las TIC, Diego Molano, que venía pidiendo cambio hace rato. La más incisiva, su colega de Defensa, Juan Carlos Pinzón, enviado a las divisiones de la diplomacia por pecar de individualismo, como quedó en evidencia en el Consejo de Estupefacientes.
Por lo tanto, y a pesar de que dos de los tres reemplazos ya fueron anunciados, Santos tiene una oportunidad única de hacer un nuevo planteamiento táctico con miras a lo que queda del campeonato. Puesto de otra manera, la opinión espera ver una actitud diferente en el campo, por parte del Ejecutivo.
La necesidad de que así sea es evidente. En los partidos que se juega diariamente ante la ciudadanía es indudable que el Gobierno ha llevado la peor parte, según se desprende de lo que dicen las encuestas. En más de una ocasión, se han visto autogoles, pero lo que prima, sobre todo, es una gran descoordinación en el terreno.
Contra lo que pudiera pensarse, el problema no es de habilidades individuales. Casi sin excepciones, los miembros del gabinete tienen el nivel para jugar con destreza en cualquier latitud y más de uno podría hacerlo bien en otra posición.
Pero esa suma de talentos no toca el balón armónicamente. Aparte de que unos se quejan de que no reciben bien las instrucciones desde la banca, o de que hablar con el director técnico es muy difícil, se han creado grupos que tienen rencillas entre sí, mientras la Casa de Nariño a veces deja ver sus preferencias o permite que los encontrones se desborden. Cuando suceden los errores, están los que dicen que hay dificultades a la hora de comunicarse con la afición, olvidando que esta se encuentra atenta a lo que pasa en el terreno y se forma su propio criterio.
Debido a ello Santos, como cabeza del equipo, necesita delegar menos y exigir más, tanto de jugadores como de asistentes. Es legítimo que más de un ministro o el propio Vicepresidente aspire a sucederle cuando termine el contrato del actual mandatario, pero eso no le da derecho a hacerle daño al plantel. Los altos funcionarios deberían tener claro que su futuro profesional será mejor si acaban triunfando en conjunto, y que no les irá bien si acuden a las zancadillas o pretenden que son los únicos dueños de la pelota.
Ricardo Ávila Pinto
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