Pocos lugares en el mundo son asociados de manera tan clara con el imaginario del paraíso como Bali. Para quienes la han recorrido, la isla ubicada en el corazón de Indonesia tiene paisajes que la dotan de una energía única que invita a la reflexión, la meditación y la espiritualidad.
No es claro que ese haya sido el propósito de quienes planearon la celebración en dicho punto de la geografía, de la asamblea anual conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Pero si así fue, nada salió según lo planeado.
Para comenzar, el país musulmán se encuentra de luto por cuenta de la tragedia que devastó parte de la isla de Sulawesi unos días atrás, cuando a un fuerte terremoto le siguió un tsunami. El movimiento de tierra ocurrió a unos mil kilómetros de distancia del lugar que convocó a banqueros centrales y ministros de hacienda, pero le dio un marco sombrío a las reuniones.
Las cosas tampoco mejoraron cuando el FMI dio a conocer su análisis sobre el estado de la economía global. A pesar de que las cifras para el 2018 no son malas, la impresión generalizada se puede equiparar a la que sienten quienes han disfrutado de una fiesta, pero saben que la diversión está a punto de terminar y se acerca la etapa de la resaca.
No habían pasado muchas horas desde que se hicieron las advertencias, cuando al otro lado del globo, en Wall Street, se sintió un verdadero sacudón. El desplome que sufrieron ayer los precios de las acciones en la bolsa de Nueva York acabó siendo de tal magnitud que quienes habían disfrutado los máximos recientes, pasaron de la euforia a la depresión.
La explicación formal es, ante todo, el cambio de dirección en el viento. Por cuenta del estallido de la crisis financiera del 2008, los bancos centrales de los países más ricos inundaron de liquidez los mercados internacionales, con lo cual hubo dinero abundante y barato. La afluencia de recursos llegó a ser tanta, que el propio Fondo advirtió esta semana que los índices de endeudamiento en diferentes economías sobrepasaron hace rato los límites de lo que es prudente.
Eso probablemente no sería tan grave, de no ser porque cuando las cosas empezaron a volver a la normalidad, llegó la hora de retirar la línea intravenosa y dejar que el paciente comenzara a caminar por sus propios medios. De tal manera, el Banco de la Reserva Federal en Washington desmontó su programa de compras de títulos e inició aumentos graduales en la tasa de interés que maneja.
Contra lo que pudiera pensarse, aquí no ha pasado nada súbito. Todo se ha hecho de manera gradual y casi programada. No obstante, debido a que la economía de Estados Unidos anda a marchas forzadas por el tonificante que significó la rebaja de impuestos adoptada a finales del 2017, las autoridades monetarias siguen apretando tuercas con el fin de evitar que la inflación se desborde.
Intereses más altos hacen más atractivos los bonos que las acciones. Y aunque en el caso estadounidense los resultados empresariales seguirán siendo muy buenos, gracias al recorte tributario, la duda es si la gasolina va a acabarse después de eso.
Semejante inquietud es válida, sobre todo a la luz de la guerra comercial planteada por Donald Trump en contra de China. Hasta la fecha, ambas potencias han intercambiado sanciones, mientras mantienen abiertos los canales de negociación. El problema es que cada vez hay más pesimismo con respecto a un entendimiento.
En conclusión, el Fondo Monetario no cree que el crecimiento mundial sea sostenible si el conflicto continúa, con lo cual los inversionistas que ven más allá de la coyuntura fruncen el ceño. Debido a ello, vendrán tiempos turbulentos con efectos colaterales notorios. Así lo atestigua la reciente devaluación del peso colombiano.
Ricardo Ávila Pinto
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