Las cosas pintan mejor ahora, señaló ayer el Banco Mundial al dar a conocer sus más recientes proyecciones sobre la economía global. De acuerdo con la entidad multilateral, el crecimiento del planeta en el 2017 subiría a 2,7 por ciento, una cifra que dista de ser extraordinaria, pero que supera en casi medio punto porcentual a la del año pasado. Aquellos países exportadores de materias primas llevarían la mejor parte, gracias al alza reciente en las cotizaciones de hidrocarburos y minerales.
Sin embargo, el organismo insistió en que el clima general es de incertidumbre. Aunque hacer predicciones siempre es riesgoso, el panorama se encuentra nublado por lo que pueda pasar en Estados Unidos. A nueve días de la posesión de Donald Trump como el presidente número 45 de esa nación, los analistas debaten los efectos que podrían tener las decisiones de la nueva administración, no solo sobre los norteamericanos, sino sobre la humanidad.
Y es que así resulte antipático para muchos, la suerte del “coloso del norte” es importante en todas las latitudes. Es legítimo discrepar de las decisiones que se toman en Washington, pero escaparse de sus consecuencias es poco menos que imposible, por lo cual es bueno entender en qué dirección sopla el viento en esa capital.
Los números son elocuentes. Según el Banco Mundial, con menos del 4,5 por ciento de la población global, la economía estadounidense –calculada en 18 billones de dólares al cierre del 2016– tiene un peso del 22 por ciento en la del planeta. Su proporción en el comercio internacional es del 11 por ciento, mientras que el valor de las acciones que están listadas en la bolsa de Nueva York asciende al 35 por ciento del total.
Adicionalmente, se trata a la vez del principal prestamista y acreedor, por un amplio margen.
Es válido discrepar de las decisiones que se toman en Washington, pero escaparse de sus consecuencias es imposible.
COMPARTIR EN TWITTERAsí mismo, el impacto de Estados Unidos como comprador de bienes y servicios es incuestionable. A fin de cuentas se trata del primer importador del mundo, con una tajada del 14 por ciento en las estadísticas. Debido a ello, su territorio es el principal destino para las exportaciones de una quinta parte de todos los países, un índice que en el caso de América Latina sube a la mitad de las naciones de la región, incluyendo Colombia.
Tampoco se puede olvidar la preeminencia del dólar. Cuatro quintas partes de las emisiones de bonos de deuda por parte de las economías emergentes usan esa divisa. Al mismo tiempo, 63 por ciento de las reservas internacionales de los bancos centrales en los cinco continentes están denominadas en ‘billetes verdes’.
Semejante importancia sirve para entender por qué la locomotora estadounidense es clave para el mundo. Cuando la máquina anda más rápido sus beneficios se extienden y viceversa. El Banco Mundial sostiene que un alza de un punto porcentual en su crecimiento se traduce en una aceleración del 0,8 en las economías avanzadas y del 0,6 por ciento en las emergentes.
En tal sentido, la política expansionista que ha anunciado Trump sería positiva. El mayor gasto en infraestructura no solo dinamizaría al sector productivo interno, sino que subiría la demanda por importaciones y apuntalaría las cotizaciones de los productos primarios.
Lamentablemente, las cuentas se complican cuando se agrega la posibilidad de que la Casa Blanca adopte medidas de corte proteccionista, con el fin de disminuir sus compras en el exterior. Resolver el acertijo no es fácil, entre otras razones porque los bienes importados –que representan la sexta parte de lo que adquieren los consumidores– subirían de precio, sin tener en cuenta una eventual guerra comercial que les cierre las puertas a los artículos “made in USA”.
En conclusión, la advertencia es clara. Una buena evolución de la actividad estadounidense le conviene al planeta, pero interferir con los flujos del intercambio puede salirles costoso a todos. Dentro y fuera del hemisferio.
Director de Portafolio
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