No cesan las reacciones tras la decisión tomada por los votantes del Reino Unido el jueves pasado, de abandonar la Unión Europea. Aparte del terremoto político en Gran Bretaña y del sacudón de los mercados globales ante el comienzo de un camino lleno de incertidumbres, están las posibilidades más extremas que comprometen el futuro de Irlanda del Norte y Escocia, cuyos habitantes prefieren por una notoria mayoría seguir en el bloque comunitario.
Semejante cadena de acontecimientos no debería haber sucedido, si la lógica hubiera funcionado. Es difícil cuestionar que la asociación con sus pares al otro lado del Canal de la Mancha les ha servido a los británicos para alcanzar un nivel de vida más alto, aparte de permitirles a cientos de miles de jubilados radicarse al sur del Viejo Continente, en donde el clima es más benigno. Ahora, tras escucharse el veredicto de la mayoría, más de uno se pregunta cómo va a ser su porvenir, y no faltan los que se arrepienten abiertamente cuando miran las consecuencias negativas sobre la libra esterlina y el valor de su patrimonio.
"Comparar el ‘Brexit’ y la negociación
con las Farc suena raro, pero hay elementos que no se pueden ignorar".
Quienes buscan entender lo sucedido, señalan dos factores evidentes. De un lado, la campaña en favor de la permanencia fue pobre en contenidos y tardía a la hora de comenzar. El hoy renunciado primer ministro, David Cameron, pecó de exceso de confianza, al creer que cualquier persona racional estaría de acuerdo en pertenecer al club de 28 naciones, así tuviera diferencias puntuales con Bruselas.
En contraste, los partidarios de un rompimiento con la Unión Europea jugaron con éxito la carta del nacionalismo y los temores. El argumento que más pesó fue el de una eventual oleada de inmigrantes del mundo islámico, una posibilidad acentuada por las imágenes de la crisis de los refugiados sirios. Muchos creyeron, para citar un caso puntual, que Turquía podría exportar a millones de personas, si acaba siendo admitida como miembro pleno del esquema de integración.
La discusión sobre lo que falló y los errores cometidos seguirá durante años. Mientras los debates continúan, el gobierno colombiano debería tomar nota de lo sucedido y aprender de las lecciones que deja lo ocurrido en el Reino Unido, con miras al respaldo popular que requiere el acuerdo que parece estar próximo a firmarse con las Farc.
"Hay que dejar en claro que esta paz no es la de Santos, sino la de todos. Si el público entiende eso, el riesgo de volver al pasado
se podrá evitar".
No faltará quien diga que comparar el ‘Brexit’ con el fin del conflicto con un movimiento guerrillero es como hablar de peras y manzanas. Y aunque eso es cierto, desde el punto de vista del objeto de uno y otro proceso, lo que hay que entender es las equivocaciones en la estrategia de comunicación utilizada, que hoy tiene a tantos rasgándose las vestiduras en el Atlántico norte.
Para que aquí no pase lo mismo, la Casa de Nariño necesita dejar de creer que el respaldo de lo alcanzado en La Habana será mayoritario y automático, una vez concluyan las conversaciones en unas semanas. Más allá de que todos los documentos sean hechos públicos, hay que aceptar que la mayoría de las personas no se tomará el trabajo de leer cada texto, sino que formará su opinión con base en lo que digan los medios o personalidades influyentes.
Debido a ello, hay que agarrar el toro por los cuernos y hacer una labor de pedagogía que no suene a propaganda oficial. Exagerar sobre los beneficios inmediatos de la paz equivale a creer que la gente es ingenua y aceptará todo lo que se le diga a pie juntillas.
Caer en la hipérbole daría resultados contraproducentes, cuando de lo que se trata es de desmontar miedos.
Por eso, vale la pena ubicarse en la línea media y reconocer que este acuerdo puede no ser el ideal, pero es el que es posible tras una negociación larga y difícil. Igualmente, hay que dejar en claro que aun con sus falencias, lo pactado hará de Colombia un mejor país que el que tenemos, y que esta paz no es la de Santos, sino la de todos. Si el público entiende eso, el riesgo de volver al pasado se podrá evitar.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto