Hasta hace un tiempo reciente era notorio el entusiasmo de los analistas internacionales con respecto a América Latina, como una de las regiones con más proyección futura. Sin embargo, de meses para acá los calificativos han cambiado de tono y, en algunos casos, han pasado a ser francamente negativos. Historias como el estancamiento de Brasil, la cesación de pagos de Argentina o la contracción en Venezuela ocupan hoy una proporción mayoritaria de los titulares.
Semejante impresión parece estar respaldada por las cifras. Ayer la Cepal dio a conocer su tradicional estudio sobre la marcha de las economías de la zona y el veredicto fue inquietante. Según el organismo, el aumento del Producto Interno Bruto regional apenas llegará en el 2014 al 2,2 por ciento, una cifra inferior a la del año pasado, que ya había sido descrito como mediocre. Otra vez vamos a estar por debajo del promedio mundial, lo cual da para pensar que volveremos a perder terreno frente a otras áreas.
En medio de un panorama marcado por la desaceleración, salta a la vista que Colombia es una de las excepciones más notorias. Después de Panamá y Bolivia, nuestro crecimiento sería el tercero más alto de Latinoamérica, con una cifra calculada en 5 por ciento. En contraste, naciones destacadas hasta hace poco, como Chile y Perú, han perdido ritmo.
No obstante, sería un error creer que los vientos en contra que afectan a más de un vecino no soplan en el territorio nacional. En realidad, tenemos más en común con el entorno cercano de lo que piensan algunos funcionarios, por lo cual sería peligroso caer en excesos de confianza que pueden salir muy costosos.
De tal manera, hay que partir de un principio inobjetable: la bonanza en los precios de las materias primas que América Latina le vende al resto del mundo es cosa pretérita. Es verdad que las cotizaciones de los bienes básicos no se han devuelto a los niveles que tenían al comenzar el siglo, pero la distancia frente a los máximos históricos es considerable.
Frente a esa realidad, hay productos a los cuales les ha ido peor que a otros. Por ejemplo, Colombia ha tenido la fortuna de que el petróleo se ha mantenido en cercanías de los 100 dólares por barril o de que el café subió, tras los daños que le dejó una fuerte sequía a los cultivadores brasileños. Incluso el carbón ha resistido más de lo que se pensaba.
No ocurre así con el cobre o el oro, que más allá de sus fluctuaciones muestran tendencia descendente. El maíz, a su vez, refleja el efecto de la gran cosecha prevista en Estados Unidos, tras la relativa normalización de los patrones climáticos en el hemisferio norte.
Lo anterior lleva a concluir que Colombia tiene vulnerabilidades que no se han manifestado aún, pero que están latentes. Un aumento en la oferta global de crudo -para citar un caso hipotético- nos puede generar grandes dolores de cabeza, pues no solo las exportaciones caerían, sino los ingresos fiscales también.
Por lo tanto, hay que procurar que la demanda interna, que es el motor principal del crecimiento del país, no encuentre tropiezos en la vía. De un lado, es indispensable que la confianza de los consumidores permanezca elevada, algo relacionado con buenas políticas económicas, pero también con condiciones aceptables de seguridad, clima social y fortaleza institucional.
No menos importante es garantizar que la construcción, que es el sector líder del Producto Interno Bruto, siga andando a buen ritmo. Debido a ello, volver realidad el programa vial de cuarta generación es crucial no solo por los encadenamientos industriales que tiene, sino por su importancia en términos de generación de empleo. Lo anterior, sin olvidar que necesitamos una base productiva más diversa, que pasa por mejoras en competitividad.
Solo así, seguiremos estando por encima del promedio latinoamericano.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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