Cuando se dice que a la industria de la construcción le corresponde en estos tiempos ser la locomotora que tire de los demás sectores de la economía, la mayoría de los analistas piensa en el desarrollo de la infraestructura. Al fin de cuentas, el país se ha embarcado en un ambicioso programa de obras viales que servirán para darle una mano al sector productivo y al empleo a lo largo de varios años, aparte de superar los indudables atrasos que hay en la materia.
No obstante, muchos olvidan que la actividad edificadora también forma parte de la ecuación y que sus números no son despreciables. Según cálculos de Camacol –que esta semana celebra en Cartagena su asamblea–, los colombianos invierten anualmente 29 billones de pesos en vivienda nueva, mientras que en el caso de los destinos no residenciales, las cuentas ascienden a 30 billones, de acuerdo con el Dane.
Las estadísticas también muestran que los últimos tiempos han sido positivos para el segmento. Para citar un caso, el área licenciada con destino a nuevos proyectos se ha mantenido cerca del máximo histórico del 2011, que se ubicó en 25,6 millones de metros cuadrados aprobados.
Ahora, la incógnita es si será posible mantener el ritmo. La pregunta es válida a la luz de la incertidumbre que existe en la opinión por cuenta de factores como la turbulencia externa, la tasa de cambio y el menor crecimiento económico. Para citar un caso concreto, la más reciente encuesta al consumidor de Fedesarrollo mostró que la disposición a comprar vivienda descendió notoriamente, sobre todo en Bogotá, Medellín y Bucaramanga.
Aun así, el optimismo en el ramo persiste. El motivo es el impacto esperado de los programas gubernamentales como Mi Casa Ya, Casa Ahorro y el esquema de subsidio a la tasa de interés, que permite aminorar el costo de la financiación. A lo anterior se agrega la expectativa de que otras categorías como colegios, hoteles o bodegas industriales se comporten bien, así la de oficinas muestre una notoria reducción después del auge sin precedentes del 2014.
En concreto, Camacol proyecta que el capítulo edificador debería cerrar este año con un alza del 7,3 por ciento anual, superando con creces el promedio de la economía. Que parece haber una variación favorable es una impresión que tiene como sustento lo ocurrido en junio, cuando el área licenciada registró un salto del 24 por ciento.
Y las expectativas son similares en el mediano plazo. A pesar de las restricciones presupuestales, los planes de vivienda deberían sentir menos el apretón. Es verdad que programas como el de las casas gratis sufrieron un fuerte recorte, pero los montos para aquellas iniciativas que tienen mayor efecto multiplicador sobre otros sectores se lograron preservar.
Hacia adelante, el esfuerzo requiere continuidad. Sin desconocer lo que se ha avanzado tanto en las zonas urbanas como en las rurales –1,1 millones de personas dejaron de vivir en condiciones de hacinamiento en el último lustro–, queda mucho por hacer. El déficit habitacional afecta todavía a cientos de miles de familias a lo largo y ancho del país.
Tampoco se puede olvidar que, con el paso del tiempo, la población urbana tendería a aumentar. Hoy en día, tres de cada cuatro colombianos habita en cabeceras municipales, mientras que en un par de décadas la proporción sería nueve de cada diez.
Lo anterior quiere decir que el porvenir de la actividad edificadora no se debe desligar del desarrollo urbano y las miradas de largo plazo. En ese sentido, son alentadoras las experiencias de algunas capitales como Montería o Valledupar, que han comenzado la tarea de pensar en las décadas que vienen.
Esos casos, sin embargo, son la excepción y no la norma. Por eso, hay que incluir a muchos más en una tarea que será clave para que la construcción mantenga su rol de locomotora en los años por venir.
Ricardo Ávila Pinto
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@ravilapinto