La gran mayoría de los analistas esperaba que, en su sesión del viernes pasado, el Banco de la República recortara en un cuarto de punto porcentual la tasa de interés que les cobra a las entidades financieras por darles liquidez temporal. Por tal razón, no faltaron las expresiones de sorpresa cuando la junta directiva de la entidad se inclinó por una reducción de medio punto, al cabo de una discusión que se decidió por una votación dividida de cuatro contra tres.
Desde el punto de vista formal, el Emisor tenía espacio para irse por una línea un poco más agresiva que la prevista. La inflación en Colombia mantiene su tendencia descendente y cada vez se acerca más a al rango fijado como meta por las autoridades, que está entre dos y cuatro por ciento anual.
No obstante, la verdadera motivación fue otra: a medida que pasan los meses se hace más claro que la debilidad de la economía colombiana persiste. Peor todavía es que no se vislumbra la luz al final del túnel. Tal como lo dijo el propio comunicado del Banco, “es probable que el crecimiento anual del producto esté por debajo de la proyección vigente”, la misma que habla de una expansión de apenas 1,8 por ciento para el 2017 como cifra más probable.
Sería ilusorio pensar que solo con menores tasas de interés se van a solucionar varios problemas que son más profundos.
COMPARTIR EN TWITTERAnte tal circunstancia, la opción escogida fue la de darle un empujón a la demanda, lo cual se notará tan pronto los menores intereses sean sentidos por quienes tienen deudas con tasa variable o aquellos que pidan nuevos préstamos. La experiencia sugiere que menores costos financieros inducen a los consumidores a aumentar sus compras, con lo cual podría crearse una especie de círculo virtuoso que dejaría atrás el mal recuerdo del pasado reciente.
Y es que no hay duda de que el semestre que acaba de terminar resultó siendo uno de los peores en lo que va del siglo. Con pocas excepciones, son mayoría los sectores que hablan de ventas por debajo de lo presupuestado. Comerciantes e industriales hablan de una desaceleración en su ritmo, mientras que otros señalan que registran caídas significativas en unidades.
La causa de lo sucedido es clara para la mayoría de los economistas. El llamado choque petrolero –nombre con el que se conoce la descolgada en los precios internacionales del crudo– llevó a una fuerte caída en los ingresos externos, que se combinó con menores recursos para el fisco. Semejante impacto es el segundo más grande desde la gran depresión de los años treinta del siglo pasado, por lo cual entidades como el Fondo Monetario destacan que a pesar de esa circunstancia mantengamos cifras positivas.
A lo anterior se suma un aumento del pesimismo a niveles lo suficientemente grandes como para afectar el desempeño del consumo de los hogares y las inversiones de las empresas. Factores que incluyen la reforma tributaria, que rige desde enero, o la incertidumbre en torno a las implicaciones del proceso de paz y la pérdida de popularidad de los principales dirigentes, justo cuando empieza a calentar motores la temporada electoral, explican lo sucedido.
Conseguir que el ánimo mejore en la segunda mitad del 2017 no será fácil. El alivio que podría venir de una subida significativa en el valor de los hidrocarburos quedó aplazado hasta nueva orden, mientras que programas gubernamentales como el desarrollo de la infraestructura vial se han tomado más tiempo del deseado en ganar velocidad. Por su parte, el desgaste de la administración Santos hace que sus anuncios sean recibidos con beneficio de inventario, mientras más de uno prefiere esperar a lo que traigan los comicios del año que viene.
En medio de esa realidad, el Banco de la República hace lo que puede. No obstante, sería ilusorio que solo menores tasas de interés van a resolver el problema de una economía que anda por el carril lento del crecimiento. Parafraseando a los académicos, esa es una condición necesaria, pero no suficiente, para que la realidad cambie para mejor.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto