Un dicho muy colombiano es aquel que afirma que ‘no es que no haya plata, sino que está mal repartida’. La expresión tiene una base académica, pues diferentes trabajos muestran que el país registra uno de los peores niveles del mundo, en lo que se refiere a la distribución equitativa de la riqueza.
A decir verdad, nos encontramos menos mal que hace unos años. El índice de desigualdad medido por el coeficiente de Gini –en el que cero es la cifra teórica ideal en la que todos tienen lo mismo y uno la peor en la que uno tiene todo– se encontraba en el 2013 en 0,539 de acuerdo con el Dane, unos cinco puntos menos que al comenzar el presente siglo.
Dicho guarismo es inferior al de Brasil, pero superior en casi 15 puntos porcentuales al de Uruguay, que en este asunto es el que mejor se ubica en América Latina. En su conjunto, la región tiene la mayor concentración del ingreso en el planeta, con un promedio cercano al 0,5.
Quizás lo rescatable es que en los pasados años hemos avanzado en equidad, mientras en el resto del mundo ha tenido lugar un notable deterioro. Por ejemplo, el tránsito de China de adoptar prácticas capitalistas dentro de un régimen comunista, ha tenido como consecuencia indeseable la aparición de fortunas que antes parecían impensables.
De vuelta a estas latitudes, eso de ir en sentido diferente al del mundo es alentador, a pesar de que la brecha con sociedades más igualitarias como las de Europa o buena parte de Asia es inmensa. El mensaje de los analistas es que apenas se ha comenzado un camino del cual falta todavía un largo trecho.
Ante esa situación, no hay otra opción que persistir en las políticas que reduzcan las disparidades actuales. Ese imperativo tiene como justificación no solo razones éticas, sino de conveniencia para cualquier país.
Así lo viene de reiterar un trabajo dado a conocer ayer por la Ocde, el club de naciones de ingreso medio y alto al cual quiere ingresar Colombia. De acuerdo con el estudio hecho por técnicos del organismo, la desigualdad impacta negativamente el crecimiento económico. Para decirlo coloquialmente ésta no solo constituye una falla desde el punto de vista de la ética, sino que es un pésimo negocio.
Uno de los casos examinados es el de México, en donde la riqueza se acumuló más en manos de unos pocos entre 1985 y el 2005. La Ocde sostiene que debido a ese fenómeno, el aumento en el Producto Interno Bruto del país azteca fue 10 puntos porcentuales menos, que no es una porción despreciable.
Para cambiar esa situación, la fórmula aconsejada es la de combinar políticas públicas que beneficien a diferentes grupos de la población. De tal manera, el esfuerzo de darles algún tipo de pensión a los adultos mayores sirve cuando no hay un sistema de seguridad social que funcione, pero es más duradero lo que se haga para que la educación mejore en calidad, a todos los niveles.
Quienes saben de este asunto señalan igualmente que hay estrategias orientadas a combatir la pobreza, que no necesariamente funcionan para mejorar la distribución del ingreso. Otra vez el caso chino es citado, pues cerca de 500 millones de personas han ingresado a la clase media a lo largo de los pasados 30 años, pero la inequidad es mayor que antes.
Tales enseñanzas son válidas para Colombia, sobre todo cuando se tiene en cuenta que la administración Santos se puso como meta acortar las distancias entre ricos y pobres a lo largo de este cuatrienio. En ese sentido, el proyecto de plan de desarrollo, que ya empezó su tránsito formal, define los programas específicos, orientados a equilibrar la riqueza un poco más. Pero es indudable que ese propósito es solo un comienzo y que el país necesita pensar más en el tema si no quiere seguir haciendo el pésimo negocio de la desigualdad.
Ricardo Ávila Pinto
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