A lo largo de las últimas semanas diferentes analistas han venido discutiendo en torno a si en Colombia existe o no una burbuja de precios en el sector inmobiliario.
La causa de dicho debate tiene un fundamento real, como es el rápido aumento en los valores de casas y apartamentos, registrado en los últimos tiempos.
De acuerdo con el Dane, las alzas que superan con creces el ritmo de la inflación llevan varios años. Tan solo al cierre del primer semestre, el incremento anualizado fue de 9,9 por ciento, más del doble del que tuvo la canasta familiar.
Anif, por su parte, afirma que los niveles actuales se encuentran cerca del 30 por ciento por encima de la media histórica del país.
El Banco de la República también ha terciado en el asunto y encendido señales de alerta ante la dinámica observada.
Los motivos que causan la inquietud son varios. El principal, sin duda alguna, es el ejemplo de lo ocurrido en buena parte del mundo desarrollado, en donde la espiral alcista en el sector inmobiliario fue notoria, para ser seguida por la destorcida.
Esta ha sido de tal magnitud que en Estados Unidos los precios de la vivienda han descendido 34 por ciento desde el pico alcanzado en el 2006, mientras que en Irlanda el bajón llega a 45 por ciento y en España y Dinamarca al 15 por ciento.
Semejante contracción ha tenido efectos devastadores. Buena parte de los problemas que aquejan todavía a esas naciones –incluyendo los líos del sector financiero y las elevadas tasas de desempleo– tienen que ver con la situación de la finca raíz.
Aparte de ello, está el impacto social que viene con el hecho de que cientos de miles de familias han perdido sus casas y millones más vieron que su activo más importante ha disminuido de valor.
Como si lo anterior fuera poco, en Colombia muchos recuerdan la crisis de finales del siglo pasado, la misma que llevó a la tumba al sistema Upac y tuvo mucho que ver con que la economía nacional registrara una tasa de crecimiento negativo en 1999. El saldo de ese huracán les costó la vida a varias instituciones y ocasionó fenómenos como un considerable éxodo migratorio.
Ante tales antecedentes es claro que el tema no puede ser tomado a la ligera. Más allá de los casos de apartamentos que en Bogotá superan los 9 millones de pesos por metro cuadrado, en todos los segmentos y en las más diversas ciudades han tenido lugar reajustes significativos.
Eso indudablemente es una buena noticia para quienes ya son propietarios, pero no lo es tanto para quienes aspiran a tener un techo.
Según los conocedores del tema, son muchas las causas de lo sucedido. La primera es el aumento de ingreso que han tenido diferentes grupos de la población, lo cual ha ampliado la masa de compradores potenciales.
La segunda es la baja en las tasas de interés y la competencia en el segmento de crédito hipotecario que ha hecho más asequible el hacerse a una vivienda. También están los subsidios estatales o el hecho de que ante la volatilidad en la bolsa y las bajas rentabilidades que dan cierto tipo de inversiones, más de un ahorrador escoge el camino de la finca raíz, ya sea para obtener valorizaciones o una renta que provenga de un arriendo.
Por otra parte, es necesario mencionar que hay una inflación de costos. El tema más complejo de todos es el de la tierra, que por tratarse de un bien escaso ha subido muchísimo, sobre todo en las grandes capitales.
Otros factores, como los materiales de construcción o la mano de obra, tampoco ayudan.
Sea cual sea la razón, lo cierto es que los precios se han disparado y en algunos segmentos parecería que empiezan a escasear los compradores. Por tal motivo, y en lugar de tratar de tapar el sol con las manos, no estaría de más que las autoridades le tomen con más frecuencia el pulso al asunto.
Sólo así podrán evitarse sorpresas desagradables en un área cuya buena marcha es fundamental para el país y la ciudadanía.