Faltan escasas cinco semanas para que el 2013 entre a formar parte de los libros de historia, y entre los analistas es notoria la falta de consenso sobre la manera en que terminará el presente año y las perspectivas del próximo. De tal forma, mientras unos piensan que los nubarrones siguen posados sobre la economía, otros comienzan a ver rayos de luz y, por qué no, un horizonte despejado.
Para los más pesimistas, la fase de desaceleración no ha terminado del todo. Así lo confirmarían realidades como la de la industria, que continúa en números rojos, tal como lo dejaron en claro los datos más recientes del Dane. Adicionalmente, la pérdida de vigor de la minería, causada por el retroceso vivido por las actividades dedicadas a la extracción de carbón y oro, se suma a los incrementos cada vez menores en la producción de petróleo.
A lo anterior habría que agregarle el saldo negativo dejado por los paros, que impactaron a diversas ramas en agosto y septiembre, y no solo a las del campo. Para completar la lista, hay quienes citan la incertidumbre propia de la época electoral, que no solo influye sobre la marcha de la inversión pública, sino sobre la toma de ciertas decisiones que se aplazan a la espera del veredicto de las urnas.
En contraste, los optimistas, con el Gobierno a la cabeza, insisten en que la marea está cambiando. Así lo ratificó el Ministro de Hacienda hace un par de días cuando sostuvo que el potencial de crecimiento del Producto Interno Bruto era del 5,3 por ciento, una cifra que desborda las proyecciones hechas por las entidades multilaterales y los expertos en el tema.
El motivo de la visión positiva está relacionado con el arranque, así sea tardío, de la locomotora de la infraestructura. En la medida en que las promesas hechas a lo largo del cuatrienio se traducen finalmente en la apertura de licitaciones y el otorgamiento de contratos, empieza a tomar cuerpo un buen número de proyectos.
Que algo está pasando, quedó demostrado ayer cuando se conocieron las cifras sobre la producción de cemento en octubre, la cual experimentó un salto del 18,4 por ciento. Aunque el acumulado del año apenas muestra un alza del 1,9 por ciento, es notoria la nueva tendencia, si bien todavía es muy temprano para afirmar que esta es definitiva.
Pero más allá de ese tema, la apuesta gubernamental es que el viento a favor correrá con más fuerza durante varios años, por cuenta de emprendimientos tales como los proyectos viales de cuarta generación, tasados en unos 47 billones de pesos. Los encadenamientos sobre el empleo y las manufacturas crearían así una especie de círculo virtuoso que llevaría a que el PIB avance con mayor rapidez.
Mientras el dilema sobre si los planes oficiales se concretan o no se soluciona, no faltan quienes señalan el cambiante entorno internacional. La cada vez más segura posibilidad de que el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos tome medidas para que, de forma gradual, disminuya la liquidez en el mercado financiero, tendrá impacto sobre las tasas de interés y los precios de las monedas, incluyendo el peso colombiano.
Además, queda la duda con respecto a la marcha de China y su capacidad para influir sobre los precios de los productos básicos que exportan países como el nuestro. La esperanza es que una vez asimilado el golpe de este año, las cotizaciones se mantengan relativamente constantes, lo cual permitiría cierto margen de maniobra para los vendedores de bienes primarios, más allá de que la bonanza haya terminado.
Ante esa perspectiva, es evidente que el impulso para la economía debe venir de adentro. Eso es bueno en la medida en que Colombia tiene algunos ases bajo su manga, pero, sin duda, implica obligaciones, comenzando por la mejora en la capacidad de ejecución de la inversión pública, para que la locomotora de la infraestructura gane velocidad.
Ricardo Ávila Pinto
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