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Ricardo Ávila

Tenemos un problema

Ricardo Ávila
Exdirector de Portafolio
POR:
Ricardo Ávila

Aquel conocido dicho según el cual ‘la mejor manera de empezar a solucionar un problema es reconocer que existe’ bien podría aplicársele al Marco Fiscal de Mediano Plazo que, en seguimiento de un mandato legal, fue dado a conocer por el Ministerio de Hacienda el viernes pasado. En sus más de 200 páginas, el documento emite un diagnóstico que dista del ‘aquí no ha pasado nada’, tan común entre los integrantes del alto Gobierno.

Lástima que por lo técnico, el mencionado reporte no sea de lectura obligatoria, de la Casa de Nariño hacia abajo. Si lo fuera, Presidente, Vicepresidente y ministros se darían cuenta de que hay un fundamento sólido en las opiniones que afirman que la época de las ‘vacas gordas’ terminó, con lo cual se encuentran en serio peligro iniciativas bandera del Gobierno.

El motivo es uno solo: la falta de plata. El desplome en los precios del petróleo agudizó una situación de estrechez que ya había comenzado a insinuarse el año pasado, pero que será evidente en este e inconfundible en el próximo. Quien crea que las cosas son duras desde el punto de vista de las finanzas públicas, no se ha detenido a mirar lo que viene en el 2016, cuando habrá que hacer malabares para tener la casa en orden.

Para comenzar, las cuentas estatales sufrirán un notorio deterioro, debido a que el recaudo de impuestos y el pago de dividendos que hace Ecopetrol se verán afectados. El déficit del sector central de la administración, como proporción del Producto Interno Bruto, va a experimentar un salto notable al pasar del 2,4 por ciento en el 2014 al 3,6 por ciento el año que viene. El desfase está permitido por la Regla Fiscal, con lo cual las autoridades dirán que la situación se encuentra bajo control, pero más de un observador fruncirá el ceño cuando examine lo que viene.

En consecuencia, será necesario emitir más títulos de deuda y, al mismo tiempo, irse por el camino de la austeridad, incluso dentro de las inflexibilidades del gasto. Aunque apenas comienzan a hacerse las primeras cuentas, el veredicto es inquietante. Especialmente para las partidas de inversión pública que apuntan a ser las grandes sacrificadas, como lo muestra el Marco Fiscal que habla de un monto de 15,7 billones en el 2016, 24 por ciento menos que en el ejercicio actual.

Cómo asignar los recursos a sabiendas de que el próximo año se vencen cupos de vigencias futuras por casi 10 billones de pesos, es algo que seguramente le quita el sueño al Ministro de Hacienda. Y es que no solo hay que pagar facturas que vienen de atrás, sino que varios programas clave requieren ponerse en marcha. Tras el mal sabor que dejaron los aplazamientos decididos en febrero, falta ver cómo se va a recibir en el gabinete el mensaje de que lo normal serán los tijeretazos, no las adiciones.

Ante esa situación previsible, Juan Manuel Santos tiene dos opciones. Una es pretender que aquí no ha pasado mucho y mantener un discurso inflado de promesas, que probablemente se alejará cada vez más de las ejecutorias con el paso del tiempo. Para fortuna del mandatario, el inicio del programa de concesiones de cuarta generación y de las APP de iniciativa privada, le permitirá entretener a la opinión, así no pueda tapar el sol con las manos.

La otra posibilidad es que el jefe de Estado haga lo que le dicen los técnicos. Estos preferirían que se revise el esquema tributario, mediante una reforma estructural que tendría que pasar por el Congreso y que asegure que las cuentas públicas cuadran. No obstante, la dificultad de conseguir el apoyo de la Unidad Nacional –engolosinada con una mermelada más escasa– es grande, aparte del costo político y la reacción de una opinión reacia a aceptar cargas.

En cualquier caso, hay que tomar una decisión que parta de un análisis realista que reconozca el enorme problema que hay. Pensar con el deseo es lo que menos le conviene a Santos y a su equipo.

Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
Twitter: @ravilapinto
 

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