El viernes pasado, mientras millones de colombianos se entregaban al descanso propio del puente festivo, Juan Manuel Santos comenzó el que será su sexto año de Gobierno.
El arranque de este nuevo periodo sucede en medio de las circunstancias más adversas que haya debido enfrentar el mandatario, por cuenta del deterioro del entorno económico y la baja popularidad que tiene, según diversas encuestas.
En lo que atañe a lo primero, el Ejecutivo se encuentra haciendo lo que está a su alcance para enfrentar la tormenta.
La prioridad más grande ha sido la de tratar de preservar diversos programas, aun en medio de una creciente estrechez.
Así lo demuestra el proyecto de presupuesto que será debatido por el Congreso en las semanas que vienen, cuyos principales supuestos serán examinados con lupa.
Pero incluso si la propuesta del Ejecutivo sale adelante sin grandes cambios, el dolor de cabeza apenas comienza. La descolgada en el precio del petróleo no solo ha sido descomunal, sino que podría prolongarse más de lo que se pensaba hasta hace poco, como lo sugiere la marcha reciente de las cotizaciones.
Ese factor seguirá pesando en las cuentas públicas y podría llevar a recortes adicionales en el gasto, en caso de que los cálculos de los recaudos esperados no se cumplan.
No menos difícil va a ser la disyuntiva a partir del 2016. Para decirlo con claridad, quien se encuentre a cargo del Ministerio de Hacienda tendrá que recomendar nuevos tijeretazos o la búsqueda de mayores ingresos tributarios, ojalá siguiendo las recomendaciones que hará en su debido momento la Misión de Expertos, convocada para mirar el asunto.
Tampoco se puede desatender el salto en el saldo de las vigencias futuras, que podrían complicarle mucho la vida a las administraciones venideras. Sin desconocer que el esfuerzo en infraestructura es indispensable y que, a la larga, este deja un saldo neto positivo para el fisco, cada factura deberá ser pagada en su momento, entrando en conflicto con otras necesidades.
Mientras eso ocurre, hay que preservar el logro más valioso de todos: la baja en la tasa de desempleo, que se expresa en un aumento de la población ocupada y garantiza un buen comportamiento del consumo interno. Solamente el vigor de la demanda de los hogares permitirá sortear los obstáculos actuales y particularmente los que vienen de afuera.
Por tal motivo, es obligatorio mantener la casa en orden y, en lo posible, mejorar el clima para la inversión privada. El sesgo que tuvo la más reciente reforma tributaria, consistente en elevar las cargas para las personas jurídicas muy por encima de la norma de la región, está teniendo costos notables, como lo demuestran los proyectos que se instalan en otras latitudes.
Cualquier cambio que se intente exige cierta fortaleza en materia política. En tal sentido, Juan Manuel Santos tiene que conectarse más con la ciudadanía, no solo para pintar con realismo una realidad que a muchos no les gusta, sino para reconocer que también hay problemas y que serán necesarios ciertos sacrificios para concretar, al menos en parte, las principales metas del presente periodo presidencial.
Un primer paso se dio en semanas recientes. El esfuerzo de rendición de cuentas que llevó al mandatario a diferentes puntos del territorio nacional y a hablar de los temas que cada ministro tiene a su cargo, sirvió para ‘deshabanizar’ el discurso de la Casa de Nariño. Así lo ratificaron las palabras pronunciadas el 6 de agosto, con ocasión del quinto aniversario gubernamental.
Y no es que la gente ignore la importancia de los diálogos con las Farc. Lo que pasa para millones de colombianos, es que sus problemas tienen que ver más con la falta de oportunidades, el temor a perder el empleo, la calidad de la educación de sus hijos o la inseguridad que azota a los centros urbanos. Por lo tanto, no está de más que en los tres años que le faltan, Santos recuerde lo que hace décadas decía un grafiti bogotano: “no solo de paz vive el hambre”.