Si unos meses atrás la mayoría de los analistas consideraba que precios de petróleo por encima de los 60 dólares el barril eran poco menos que una anomalía, con el correr de los días son más los que aceptan que un crudo cercano a 80 dólares es posible durante un tiempo. La nueva ronda de sanciones adoptada ayer por la administración Trump en contra de Venezuela, sumada a las promesas de que castigará ejemplarmente a Irán, apuntan a que el mercado internacional de los hidrocarburos se caracterizará por su estrechez.
Semejante escenario deja una lista de ganadores y perdedores. Entre los primeros se encuentran los países productores que han logrado aprovechar esta pequeña bonanza para llenar sus arcas. Desde Ecuador, hasta Arabia Saudita, pasando por Nigeria y Rusia, los exportadores de todos los tamaños hacen cuentas sobre recursos que no estaban presupuestados.
Colombia no es la excepción a esa norma. Según lo reportó Minhacienda a comienzos del 2018, “cada dólar de incremento en el precio del petróleo representa un año después ingresos fiscales por 350.000 millones de pesos”.
La mejora es de tal magnitud que hay quienes ya no consideran inevitable una reforma tributaria por parte del Gobierno entrante, al menos en la próxima legislatura. Además, puede llegar a ser que esos cálculos se superen si la extracción interna aumenta. En abril se obtuvieron 864.781 barriles diarios en promedio, y en los primeros cuatro meses del año este va en 851.241, frente a 840.000 barriles planteados en el Marco Fiscal de Mediano Plazo.
Por su parte, las compañías del sector han visto reverdecer sus laureles. Desde marzo hasta la fecha, el índice S&P 500 para las acciones de las firmas del ramo de la energía sube 15 por ciento, mientras que en lo que atañe a Ecopetrol, el salto es del 25 por ciento. La empresa de mayoría estatal logró bajar su punto de equilibrio y encontrar eficiencias importantes, obteniendo márgenes elevados que atraen a los inversionistas.
La otra cara de la moneda es la de los consumidores. En Estados Unidos, para citar un caso, la gasolina ha subido 25 por ciento, en comparación con los niveles de mayo del 2017. El segmento aéreo empieza a atravesar una zona de turbulencia, pues los combustibles representan un tercio de los costos directos, algo que se traducirá en precios de tiquetes más elevados o márgenes de ganancia reducidos o inexistentes.
El apretón todavía no es lo suficientemente fuerte para ponerle un signo de interrogación a la marcha de la economía mundial. No obstante, naciones netamente importadoras, como India, han señalado que su desempeño no será como el que se anticipaba si sus ciudadanos deben desembolsar más dinero para comprar carburantes.
Y aquí el asunto puede dar pie a sorpresas desagradables. Aunque a los colombianos les caen muy mal los reajustes, no está demás recordar que el valor del galón de gasolina ha subido apenas 7 por ciento en el intervalo de los pasados doce meses, mientras el alza del petróleo asciende al 47 por ciento en el mismo periodo.
Si bien la relación no es uno a uno, es evidente que hay un desfase. Basta recordar que al corte de diciembre pasado, la deuda del Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles con el fisco –cuyo saldo había quedado en cero en el 2011– llegó a 6,5 billones de pesos.
El nuevo dato se conocerá en unos días y todo apunta a que esas acreencias serán mucho mayores, por lo cual la administración que viene se encontrará con una cuenta por pagar considerable que, eventualmente, tendrá que ser cancelada. La única posibilidad de que el monto no suba más sería subir precios, pero nadie querrá dañar la luna de miel con un apretón de esta magnitud, así los técnicos sepan que esta bonanza tiene dos caras.