A comienzos del siglo XVII, los Países Bajos fueron víctimas de un contagio muy distinto al de la enfermedad holandesa que tanto mencionan los economistas. Según algunos historiadores, la llegada de un periodo extenso de paz, combinada con la buena fortuna de los mercaderes neerlandeses, disparó el interés por los tulipanes, la flor que unos años antes había sido traída a Europa por un embajador que representaba al imperio austriaco en la tierra de los otomanos.
Cuenta la leyenda que hacia 1610 comenzó un activo mercado de los bulbos de la planta, cuyo punto máximo se habría alcanzado en febrero de 1637, cuando las autoridades intervinieron. Ciertas variedades habrían alcanzado precios equivalentes a los de una buena casa, cambiando de manos en numerosas ocasiones hasta que las cotizaciones se desplomaron, arruinando a aquellos que le apostaron a esa ruleta.
Aunque ahora hay académicos que cuestionan las versiones tradicionales sobre lo sucedido, el hecho es que la de los tulipanes es considerada como la primera burbuja especulativa de la que se tenga memoria. Quizás por ello, el presidente del banco JP Morgan mencionó la anécdota cuando cuestionó a comienzos de septiembre el auge en el valor de las criptomonedas, ante lo cual, la cotización del bitcoin –la más conocida de todas- llegó a caer en cerca de 30 por ciento.
El sacudón, sin embargo, acabó siendo temporal. Buena parte del terreno perdido ya se recuperó y el entusiasmo entre los inversionistas parece estar de vuelta. Aun así, la polémica no termina, entre otras razones porque diferentes gobiernos tienen una actitud ambivalente ante la aparición de una alternativa que no es controlada por nadie y se presta para prácticas censurables.
Para citar un caso reciente, los protagonistas de uno de los ataques cibernéticos más poderosos de todos los tiempos, exigieron unos meses atrás que el pago de quien quisiera recuperar su información debía hacerse en bitcoin.
El motivo es que seguirle la pista a los criminales se enfrentaba con una barrera inexpugnable, dados los métodos de encriptación utilizados.
La cosa se complica porque las opciones no han terminado de aparecer. Ahora los ahorradores interesados en subirse a la ola encuentran “ofertas iniciales de monedas” que no siempre son fáciles de entender.
Aunque en algunos casos el dinero puede usarse para desarrollar usos prácticos del manejo de bases de datos que se vuelven impenetrables, en otros existe el riesgo de una estafa sin que un eventual afectado pueda ir a ninguna parte a pedir una reparación.
Por tal motivo, los conocedores recomiendan tener cautela ante la que es una opción con mucho futuro, pero todavía en fase exploratoria. Guardar la información de manera segura es algo que debería atraer a la mayoría de los gobiernos del planeta que dependen de archivos magnéticos o de papel, expuestos a la manipulación y el fraude.
Contar con un medio de pago seguro y universalmente aceptado suena muy atractivo en un planeta en el que la globalización no se detiene. Sin embargo, ciertos riesgos están presentes.
Así la regulación vaya algunos pasos atrás de la tecnología, es indudable que aumentará la presión para evitar abusos, la cual pasa por alguna dosis de regulación acordada a escala internacional. Proscribir las criptomonedas es imposible, pero más de uno lo pensará dos veces si tiene que volar por debajo del radar de las autoridades.
Otros, en cambio, preferirán el vértigo de lo desconocido con la esperanza de hacer fortunas de la noche a la mañana. Es un argumento muy atractivo recordar que mil dólares comprados en bitcoin en julio del 2010 se habrían convertido en 46 millones a finales de mayo, y en más de 60 millones de dólares la semana pasada.
Repetir semejante lotería suena dudoso. Por eso, lo importante es concentrarse en entender que hay un escenario atractivo en el ciberespacio, cuyo potencial apenas empieza a ser explorado. Que eso sirva para hacerse rico de la noche a la mañana, o para perder hasta la camisa, es otra cosa.