Un conocido dicho, con orígenes en la fiesta brava, afirma que ‘entre más bravo el toro, mejor la corrida’. Esa no parece ser la opinión de los delegados de Canadá y México que ayer se reunieron en Washington con los delegados de Donald Trump encargados de renegociar el tratado de libre comercio de América del Norte –más conocido como Nafta, por su sigla en inglés–, quienes se encontraron con un clima particularmente hostil y cargado de acusaciones.
El tono impuesto por Robert Lighthizer, representante de comercio de Estados Unidos, dejó en claro que llegar a un acuerdo no será fácil. En palabras del funcionario, el pacto que en su momento disparó el intercambio entre las tres naciones que lo componen hasta 1,1 billones de dólares anuales, está desbalanceado. Los planteamientos son similares a los escuchados durante la campaña electoral que llevó al magnate republicano al poder: pérdida de puestos de trabajo y déficit injustificables, que necesitan desaparecer de una manera u otra.
Con el fin de imponer su punto de vista, los estadounidenses dejan en claro que están dispuestos a un rompimiento. De hecho, en abril pasado Trump estuvo a punto de firmar la carta que habría acabado con el Nafta, pero se arrepintió a última hora, después de que una serie de congresistas y personas de la comunidad de negocios lo convencieron de que era una mala idea, pues se derrumbarían las exportaciones de granos y el precio de bienes como vehículos o electrodomésticos podría subir fuertemente.
No obstante, la tentación para un presidente impopular es grande. En Washington hay quienes piensan en que acabar con la alianza comercial le caería bien a millones de ciudadanos norteamericanos que culpan a la globalización del deterioro en sus condiciones de vida. Distanciado de su partido y alejado de los empresarios, que abandonaron los comités de consulta con el sector privado, el inquilino de la Casa Blanca puede llegar a quemar las naves si considera que las conversaciones actuales no van para ningún lado.
Entre las prioridades establecidas por Trump está equilibrar la balanza comercial, que en el caso de México es favorable en casi 60.000 millones de dólares anuales, y en el de Canadá, en unos 40.000 millones. La idea simple es que esa suma equivale a puestos de trabajo que se fueron al sur del Río Grande o al norte de los grandes lagos, cuando la realidad es mucho más compleja y tiene que ver, por ejemplo, con la creciente automatización de las actividades fabriles.
Por su parte, los académicos señalan que el concepto del saldo a favor o en contra es muy estrecho, pues desconoce los flujos de inversión, las utilidades obtenidas o los impuestos que pagan las corporaciones que aumentan sus utilidades gracias a ser más eficientes. De la misma manera, canadienses y mexicanos sostienen que lo que hay aquí es un esquema gana-gana, que beneficia a cerca de 500 millones de personas de los tres países que compran productos más baratos y a 14 millones de estadounidenses directamente.
A pesar de lo anterior, Washington tratará de cambiar las reglas actuales en cuanto a normas de origen, al igual que propondrá el uso de más cuotas. También habrá insistencia para que se permita que los entes púbicos estén obligados a comprar bienes “Made in USA”, cuando en teoría pueden irse por el mejor postor. El asunto de la resolución de controversia o el salario mínimo mexicano también podría llegar a la mesa de negociaciones.
Semejante cúmulo de temas espinosos hace pensar que el humo blanco no llegará rápido. El peligro, aparte del rompimiento, es que habría consecuencias políticas y económicas en múltiples latitudes, comenzando con la posibilidad de que un populista como Andrés Manuel López Obrador llegue a la presidencia de México el año próximo. Por eso es mejor que prime la sensatez, así la corrida resulte floja y sin cornadas.
El Nafta pasa al tablero
La renegociación del tratado de libre comercio de Amé- rica del Norte es importante no solo en Canadá, México y Estados Unidos.
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