Se parece a un cambio de estación. A medida que sigue la cuenta regresiva con miras al equinoccio del 20 de marzo que anuncia oficialmente el comienzo de la primavera en el hemisferio norte y del otoño en el sur, los especialistas en asuntos financieros subrayan que también los mercados vienen dando un giro significativo para el cual es mejor estar preparados.
Hasta ahora la mayoría de los titulares de la prensa especializada hablan sobre el regreso de la inflación a las economías desarrolladas, después de años de desaparecer del radar de muchos. La expectativa de que el aumento en el índice de precios retorne a los patrones históricos ha llevado al Banco de la Reserva Federal en Washington a sugerir que elevará su tasa de interés en el 2018, para llevarla a un nivel cercano al 2,5 por ciento anual y eventualmente más arriba.
A primera vista, un incremento de alrededor de un punto porcentual no parece significativo. Sin embargo, ese movimiento previsto altera de manera fundamental el balance de rentabilidades de las opciones existentes, lo que afecta decisiones de inversión que se tasan en decenas de billones de dólares. Esa es la razón por la cual los bonos comienzan a ser más atractivos que las acciones, la misma que explica la corrección que experimentaron las principales bolsas a comienzos de febrero.
Ahora otro tema empieza a aparecer en el tablero de control de los expertos. Se trata de la deuda de los países emergentes, que se multiplicó de manera importante en los últimos años. De acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales, las acreencias de las 26 naciones en vías de desarrollo más importantes pasaron del equivalente de 148 por ciento del Producto Interno Bruto en el 2008 a 211 por ciento en septiembre pasado. China crea una inquietud especial pues ese guarismo llegó a 295 por ciento.
Dados tales niveles, el gran interrogante es qué puede pasar si los intereses aumentan, especialmente para aquellos que emitieron bonos o tomaron créditos en divisas como dólar y euro. Un par de puntos porcentuales adicionales pueden hacer la diferencia entre tener la capacidad de hacer pagos a tiempo o atrasarse en las cuotas. Si a lo anterior se agrega que hay probabilidades de que el billete verde se fortalezca, la devaluación de las monedas locales se convierte en un dolor de cabeza adicional, algo que preocupa en casos como el de Brasil.
Colombia, en comparación, se encuentra en una posición más holgada. La deuda total, interna y externa, privada y pública, se aproxima al 117 por ciento del PIB, algo que nos deja a prudente distancia de otras economías emergentes.
No obstante, eso no quiere decir que haya que ignorar el asunto. Entre diciembre del 2010 y noviembre del 2017 las obligaciones externas del país subieron de 64.792 a 123.927 millones de dólares, de acuerdo con el Banco de la República. En el caso del sector público, el incremento fue 82 por ciento, mientras en lo que atañe al privado el salto alcanzó 105 por ciento.
Semejante comportamiento enciende al menos una luz de alerta, pues el desafío no solo consiste en honrar los créditos otorgados, sino evitar que estos se encarezcan y, si es el caso, conseguir su renovación en condiciones favorables. Nada de eso será sencillo dadas las circunstancias en el mercado internacional y el aumento en la incertidumbre por cuenta de la realidad política interna.
Hasta la fecha, es claro que un número mayor de empresas busca fondearse en el mercado local. Las emisiones de bonos llegaron el año pasado a 12,2 billones de pesos, más del doble que en el 2016. Y aunque los bancos locales pueden ayudar a sustituir deuda externa por otra denominada en moneda nacional, la inquietud queda planteada. Porque como reza el dicho popular, “esa platica hay que pagarla”.