Desde el fin de semana, los reportes de prensa hablaban de las medidas de seguridad en los alrededores del Centro Internacional de Convenciones de Puerto Vallarta, la sede hasta mañana de la cumbre de la Alianza del Pacífico, compuesta por Chile, Colombia, México y Perú.
La visita de los mandatarios de Brasil, Argentina y Uruguay en representación de Mercosur, le confiere a la cita un perfil mayor, ante la posibilidad de que se estrechen las relaciones entre los dos bloques, justo cuando la guerra comercial en el mundo sube en intensidad.
Que el esquema de integración profunda, creado en abril del 2011, sigue generando gran expectativa, es evidente. La presencia en el balneario mexicano de más de medio centenar de naciones observadoras y de cerca de 300 empresarios, confirma que en el campo de la diplomacia y en el de los negocios, el encuentro despierta interés. A lo anterior se suma que siguen las negociaciones con Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Singapur para otorgarles la calidad de Estados asociados, lo que incluye preferencias en el plano comercial.
Existe la intención de definir una estrategia de largo plazo. Uno de los platos fuertes de la Cumbre será un documento de los anfitriones, el cual incluye una visión hasta el 2030.
Aparte de hacer más en lo que atañe a intercambio de productos, flujos de inversiones o acciones conjuntas, también está la idea de tender puentes con Centro América o la Unión Europea. Puesto de manera simple, se trata de que la Alianza continúe siendo el modelo más atractivo de integración en América Latina.
Frente a ese propósito, no faltará quien señale que parte de las promesas originales no han podido volverse realidad. Así el 92 por ciento del universo arancelario se encuentre desgravado, los volúmenes de comercio entre los socios del club son modestos. En cuanto a los movimientos de capitales, las cifras tampoco impresionan a nadie, quizás porque las reformas para armonizar regímenes tributarios y procedimientos están en proceso de ratificación.
Sin embargo, las dudas mayores están relacionadas con la realidad política. Más de uno se pregunta si los cambios de gobierno en México y Colombia se traducirán en una pérdida de interés en seguir por el mismo camino o si vendrán presiones en favor de un cambio de rumbo. La ausencia en la reunión de Andrés Manuel López Obrador e Iván Duque, a pesar de haber sido invitados, no pasó desapercibida para nadie.
Sobre el papel, el electo mandatario mexicano debería estar en favor de que se consolide la Alianza. Las señales que envía Donald Trump en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte –más conocida como Nafta– no son alentadoras, y aunque ahora la Casa Blanca habla de un pacto bilateral, llegar a un acuerdo no será fácil.
Debido a ello, vale la pena mirar más hacia el sur del continente no solo para explorar oportunidades, sino para hacerle contrapeso a Washington. No obstante, falta ver si esa visión coincide con una actitud crítica hacia la globalización, por parte de AMLO, el acrónimo que identifica al futuro inquilino de la mansión de Los Pinos.
Y en cuanto a Duque, este ha sido enfático en señalar que Colombia respetará los TLC firmados, pero que no quiere más. Si esa instrucción se extiende a abrirles o no la puerta a productos australianos y neozelandeses que despiertan la férrea oposición de gremios agrícolas y pecuarios en el territorio nacional, es algo que está por verse.
En caso de que Bogotá se convierta en el palo en la rueda de las negociaciones actuales, ello caería como una especie de baldado de agua fría para quienes hablan con tanto entusiasmo de la Alianza del Pacífico. Por tal razón, el esquema enfrenta una verdadera encrucijada, que solo se superará si la nueva administración envía mensajes claros, cuanto antes.