Mirado de una manera simple, podría decirse que las encuestas no se equivocaron. Tal como se preveía desde hace un par de meses, las elecciones de ayer no solo desembocaron en una segunda vuelta que tendrá lugar el 17 de junio, sino que los contendores serán Iván Duque y Gustavo Petro, los mismos que encabezaban las preferencias de la ciudadanía en los sondeos.
Sin embargo, una mirada a los resultados sorpresas. La mayor es el repunte de Sergio Fajardo, que estuvo cerca de llegar al segundo lugar y cuyos partidarios nunca dejarán de lamentar que la alianza con Humberto de la Calle se hubiera frustrado, pues matemáticamente habría sido dado para pasar a la otra ronda.
No menos impresionantes son los pobres resultados de quienes tuvieron responsabilidades en la administración Santos. Cuando se suman los tarjetones marcados por el jefe de la negociación con las Farc en La Habana y los del exvicepresidente Germán Vargas Lleras, el total no alcanza el 10 por ciento de la votación, una proporción muy distinta a la observada en los comicios de marzo. Puesto de otra manera, las fuerzas parlamentarias brillaron por su ausencia en el caso de liberales y Cambio Radical.
Entre lo destacable, se encuentra la ausencia de episodios violentos, algo significativo en un país que a lo largo de más de medio siglo tuvo presente la amenaza del conflicto interno. También es clave que se haya revertido la tendencia del abstencionismo, con un índice de participación que supera la barrera simbólica del 50 por ciento. La rapidez en la entrega de resultados evitó suspicacias y volvió a comprobar que a pesar de algunos lunares el sistema electoral es confiable.
Mencionados esos puntos, hay que concentrarse en la etapa que viene. Es evidente que los representantes de los extremos en el espectro ideológico volverán al ruedo con el fin de definir quién llegará a la Casa de Nariño. Todo apunta a un debate intenso que involucra visiones diferentes en temas tan fundamentales que incluyen lo social, lo económico, lo ambiental, lo internacional y la seguridad.
Pensar que a pesar de la diferencia de 14 puntos porcentuales entre el 39 por ciento de Duque y el 25 de Petro hace que todo esté definido, sería un error garrafal. El candidato del Centro Democrático tendrá que esforzarse para conseguir llegar a la mitad más uno de los votos, algo que le exige tratar de convencer a los sufragantes de centro de que aquí no habrá la intención de devolver el reloj o pasar cuentas de cobro.
Más difícil todavía será llegar a la meta para el representante de la Colombia Humana. Para comenzar, porque necesita duplicar su participación, lo cual es factible desde el punto de vista de las cifras, pero complejo a la hora de sumar adeptos. Que el exalcalde de Bogotá haya perdido en la capital con quien fuera mandatario en Medellín debe entenderse como un llamado de atención de la opinión distrital que no se puede menospreciar.
Dicho lo anterior, siempre es posible que ambos finalistas decidan jugársela toda por la polarización, que ha sido la nota predominante en la política nacional a lo largo de los años pasados. Y aunque la táctica de “nosotros contra ellos” puede servir para conseguir la victoria, el problema es la gobernabilidad de quien tenga a su cargo el próximo cuatrienio. Llegar con la enemistad irreparable de una parte importante de los votantes es asegurar que la conflictividad será la norma y no la excepción de aquí al 2022.
Ya habrá tiempo de estudiar las propuestas que se hagan sobre los puntos que le importan a la gente. Pero, por ahora, quedó claro que el antagonismo en la presente oportunidad es más evidente que en las pasadas. Falta ver si quien se lleve la victoria puede asegurarle a propios y extraños que es capaz manejar un país en el que puedan convivir todos.