La Real Academia incluye varias definiciones para el verbo empalmar en su diccionario. Una de las siete existentes habla de “ligar o combinar planes, ideas, acciones”. Otra, de corte más criminal, se refiere a “llevar la navaja oculta en la manga y la palma de la mano, para acometer de improviso”.
Es de esperar que en la reunión que hoy tienen programada en la Casa de Nariño los presidentes saliente y entrante, opere la primera acepción y no la segunda. El motivo es que más allá de las diferencias conocidas entre el inquilino del antiguo Palacio de la Carrera y el partido que apoya a quien llegará a la sede de la Presidencia de la República el 7 de agosto, el país requiere que ambos cooperen para evitar fracturas que serían muy inconvenientes.
A primera vista, entre Juan Manuel Santos e Iván Duque no hay sentimientos de animadversión, así el segundo se haya sentido menospreciado por el primero cuando este distribuyó los cargos importantes en el 2010. Por cuenta de la oferta de un puesto que era de orden menor para alguien que había sido un buen y fiel escudero, el nuevo mandatario acabó trabajando con Álvaro Uribe, con los resultados a la vista.
Todo eso es agua debajo del puente y de lo que se trata ahora es de mirar hacia adelante. Tanto para el Gobierno que concluye como para el que llega, una transición amistosa, en la cual el que se va le allane el camino y le cuente la verdad al que viene, le sirve a Colombia. De lo contrario, la curva de aprendizaje del equipo que arranca será mucho más empinada.
Por tal razón, sería ideal esquivar la piedra en el camino que representa el debate en torno a las reglas de procedimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz en el Congreso. El señalamiento de Santos, en el sentido de que el desarrollo del acuerdo con las Farc se debería sobreponer a la coyuntura política confirma que las fisuras que vienen de atrás no se han cerrado.
No obstante esa diferencia, la única opción válida es la del entendimiento. Desde el punto de vista formal, hay instrucciones para una veintena de entidades entre ministerios, departamentos administrativos e instituciones como el Sena, para entregar toda la información relevante, siguiendo un formato común. En cada caso, habrá una comisión de empalme sectorial que revisará cada reporte, planteará los interrogantes del caso y le informará al presidente electo.
Sin embargo, más importante que los documentos escritos es el ánimo de ayudar, algo que va más lejos que el cumplimiento de un requisito burocrático. Para utilizar la conocida expresión, sería ideal que las caras nuevas en los vehículos oficiales puedan llamar a sus respectivos predecesores para preguntarles sobre asuntos puntuales que se pueden aclarar en una corta conversación.
Por otra parte, hay que hacer votos para que el equipo que arriba sea capaz de escuchar y asimilar lo que se le va decir, dejando atrás las preconcepciones y los juicios de valor. Si no lo hace, le quedará más difícil entender los retos, cuya lista es amplia.
Mención aparte merecen los “chicharrones”, que no son otra cosa que los dolores de cabeza que Duque heredará. Aunque la lista completa solo se conocería hoy, esta incluye los líos de Electricaribe e Hidroituango, los pleitos internacionales en contra de la Nación, los obstáculos que enfrenta el programa de concesiones viales de cuarta generación y las puntadas que faltan con el fin de asegurar la vinculación de Colombia a la Ocde.
Si a lo anterior se agrega el propósito de hacer una reforma fiscal de fondo antes de que termine el año o impulsar una cirugía al sistema de pensiones, es indudable que el mandatario electo tendrá que aplicarse mucho en estas siete semanas. Y en ese sentido le serviría mucho que quien le entregue el puesto le cuente todo lo que debería saber, para que le vaya bien.