Los usuarios del transporte aéreo que por estos días utilizan las instalaciones del El Dorado en Bogotá, no pueden menos que sorprenderse al ver la magnitud de las obras que se entregaron la semana pasada. Con un área adicional de 48.000 metros cuadrados, la terminal actual tiene un tamaño que cuadruplica la del aeropuerto antiguo.
La mayor comodidad se nota también a la hora del abordaje y el desembarco. En comparación con los 26 puentes que existían en febrero pasado, ahora hay 40. Es cierto que la temporada trae consigo aglomeraciones y alto tráfico, pero quienes deseen tomar un avión lo harán con más comodidad que nunca.
Con la expansión completada, El Dorado podría atender con tranquilidad entre 40 y 43 millones de pasajeros anuales, casi 50 por ciento más que los 31 millones del presente. Si bien los años pasados mostraron aumentos explosivos en el tráfico de pasajeros, el ritmo se ha moderado un poco, reflejando, en parte, la menor dinámica de la economía latinoamericana y la desaceleración de la colombiana.
Por tal motivo, hay un margen de tiempo relativamente amplio para pensar en los pasos que deberían seguir. Esa reflexión es válida a pocos meses de que un consultor internacional entregue sus recomendaciones sobre una nueva terminal que quedaría ubicada a pocos kilómetros de las instalaciones actuales, cuyo desarrollo implicaría la intervención de unas 600 hectáreas en pleno corazón de la sabana de Bogotá.
El análisis es procedente porque debería incluir la posibilidad de hacer mucho más eficiente el complejo actual y así comparar alternativas. Los conocedores dicen que un planteamiento necesita incluir los tres elementos de un sistema aeroportuario: terminal, pistas y espacio aéreo. Cada uno debe avanzar de manera armónica para evitar cuellos de botella.
Con respecto a los edificios, hay campo para una nueva ampliación, que podría llegar a los 350.000 metros cuadrados de manera gradual. No obstante, los puntos más críticos son los otros dos, pues están íntimamente relacionados. Por ejemplo, hace poco la Aerocivil informó la entrada en operación del sistema de aterrizaje de precisión con instrumentos más modernos, el cual debería evitar que la niebla, que a veces aparece, impida el cumplimiento de los itinerarios.
El avance conseguido es encomiable, pero todavía insuficiente, ya que necesita extenderse a las dos pistas y no funcionar solo en una. Trabajar en los sistemas de luces, vías de carreteo y procedimientos también es clave. Si todo se hace bien, será posible conseguir menor distancia entre las aeronaves que llegan y mayor eficiencia.
Los números son elocuentes. El promedio de operaciones aéreas (aterrizajes y despegues) oscila entre 68 y 72 en la actualidad, y los expertos aseguran que podría elevarse a un rango entre 80 y 82, cifra inferior a la de Heathrow, en Londres, que, con 88, es el aeropuerto más eficiente del mundo.
Y aunque llegar a esos niveles no será fácil, los técnicos dicen que aumentar la capacidad hasta unos 58 millones de pasajeros, teniendo en cuenta las características de las flotas que vuelan a Bogotá, es factible. Dicha proyección lleva a pensar que la urgencia de arrancar con El Dorado II no existe y que antes de embarcarse en una obra que se tasa en varios miles de millones de dólares, el proyecto debe sostenerse solo.
En conclusión, hay que concentrarse en mantener la competitividad de lo que existe actualmente, una de cuyas ventajas es su posición geográfica, no solo para quienes pasan por la capital en tránsito a otros destinos, sino para los que vienen a la ciudad. Los desafíos persisten y las inversiones adicionales serán necesarias, pero todo apunta a que la promesa que significa El Dorado actual sigue y seguirá vigente por muchos años más.