Cuando hace tres años los especialistas en asuntos económicos notaron que el viento había cambiado de dirección por cuenta del desplome en los precios de las materias primas, las preocupaciones fueron más allá de una baja en la tasa de crecimiento. Tal vez la mayor inquietud tuvo que ver con el comportamiento del desempleo, en un país que tradicionalmente muestra los índices de desocupación más elevados de América Latina.
Para ponerlo de manera muy simple, algunos analistas señalaron que aumentos inferiores al 3 por ciento anual en el Producto Interno Bruto, indudablemente llevarían a un alza significativa en la población cesante. La lógica era que un ritmo mediocre en el comportamiento de diferentes sectores conduciría a la destrucción de puestos de trabajo, como había sido la norma en otras épocas.
Sin embargo, la realidad ha sido mucho menos crítica. Un informe dado a conocer ayer por Fedesarrollo señala que el mercado laboral muestra una resiliencia importante, que más de uno califica de sorpresiva.
Para comenzar, la tasa de desempleo nacional promedio entre enero y agosto del 2017 –de 9,7 por ciento– es la misma observada en igual periodo del año pasado. Como esto fuera poco, la informalidad sigue disminuyendo, continuando con una tendencia que viene desde comienzos de la década. Aunque siempre es fácil ponerle un signo de duda a las estadísticas que produce el Dane, otras fuentes como las afiliaciones a las cajas de compensación, soportan dicha afirmación.
Lo anterior no quiere decir que todo siga exactamente igual. Un examen de las cifras revela que mientras en las capitales más grandes se ha vuelto mucho más difícil conseguir puesto este año, en las zonas rurales no. La causa es que los segmentos más golpeados con la desaceleración incluyen a la industria y el comercio, en tanto que la agricultura fue el renglón más dinámico durante el primer semestre.
Aun así, la población ocupada no ha dejado de subir. En los primeros ocho meses del año creció en 340.000 personas, una cantidad nada despreciable. Si bien la demanda interna ya no tiene el mismo vigor de antes, las cosas serían mucho peores si la llamada masa trabajadora se hubiera reducido en tamaño.
Pero más allá de mirar hacia atrás, lo importante es examinar qué puede suceder en los meses que vienen. A este respecto, Fedesarrollo entrega un parte relativamente tranquilizador cuya base es una dinámica un poco mejor en esta segunda parte del calendario. Aun así, se advierte de riesgos como la difícil coyuntura por la que atraviesan los productores de textiles y confecciones, además del coletazo de la huelga de Avianca sobre diferentes servicios como el hotelero.
En el 2018, la situación sería un poco más holgada si se cumplen las proyecciones que hablan de más velocidad. La entidad citada muestra una expansión de 2,4 por ciento en el PIB, atribuible a ramos como construcción, establecimientos financieros y agricultura. La expectativa es que las manufacturas pasen de rojo a negro, mientras que transporte y comercio subirían su ritmo.
Teniendo en cuenta que los sectores mencionados son los grandes responsables de la generación de empleo en el país, habría cierta estabilidad en los índices de desocupación. El desafío, claro está, es que los pronósticos se cumplan, para lo cual el requisito es que la economía tome un segundo aire y el consumo empiece a repuntar, alentado por la baja en la inflación y las tasas de interés.
Y aunque nadie puede dar garantías sobre lo que viene, la esperanza es que la resiliencia de los últimos tiempos se mantenga. A fin de cuentas, si el desempleo no se disparó cuando aparecieron las ‘vacas flacas’, ahora no debería empeorar cuando empiezan a aparecer retoños verdes en la economía. Pero eso solo se sabrá en el futuro cercano.