El suspiro de alivio que ayer exhalaron los empresarios, cuando se conoció la noticia sobre el acuerdo que permitió levantar el paro que durante más de tres semanas hizo imposible la entrada y salida de carga de Buenaventura, se escuchó en múltiples puntos de la geografía nacional. El motivo es que más de una actividad productiva se encontraba en el límite, ante el agotamiento de los inventarios de insumos, para no hablar de los exportadores expuestos a perder clientes y mercados.
Que ya no quedaba margen, lo comprueba el hecho de que la capacidad de almacenamiento de graneles se había agotado y siete barcos con trigo, cereales y fertilizantes estaban fondeados sin poder descargar. En las demás categorías –contene- dores o vehículos– casi se había alcanzado el tope de espacio, lo cual se habría traducido en mayores pérdidas, no solo atribuibles al lucro cesante.
Es de imaginar que el plan de contingencia puesto en marcha por las autoridades y la comunidad portuaria permitirá que en cuestión de días las cosas regresen a la normalidad, mediante un aumento del tráfico de camiones y la habilitación de procedimientos más expeditos a la hora de nacionalizar mercancías. También los bonaverenses podrán retornar a su rutina, como es el caso de los comerciantes que sufrieron las consecuencias de la caída en las ventas y del vandalismo.
No obstante, la sensación entre la población del puerto es que de todos modos hay motivos para celebrar ante la consecución de importantes compromisos que comprenden, entre otros, obras de acueducto y alcantarillado, una ciudadela hospitalaria, la dotación de la unidad de cuidados intensivos del hospital local y el mejoramiento de la infraestructura educativa. A lo anterior se agrega la construcción de 7.000 soluciones de vivienda o la reconstrucción del estadio.
Todo lo citado debería ayudar a que mejore la calidad de vida en un municipio que hoy no tiene mucho que ofrecerles a sus habitantes. Es de esperar que la presencia de mejores servicios públicos e instituciones de salud de buena calidad lleve a que existan más oportunidades para la inversión y la generación de empleo formal.
Pasada la emergencia, no está de más mirar hacia atrás con el fin de aprender las lecciones que dejó lo ocurrido. De lo contrario, existe la posibilidad de que aquí simplemente se esté incubando un nuevo cese de actividades que no saldrá gratis.
Aparte del incalculable saldo en rojo, que será asumido por el sector privado, la protesta que terminó ayer implica erogaciones por 800.000 mil millones que vendrán del presupuesto nacional, además de 600.000 millones de un fondo adicional que deberá ser aprobado por el Congreso y saldrá, en parte, de un crédito externo.
Al respecto, vale la pena decir es que en el caso de Buenaventura fallaron las alertas tempranas. Desde hace meses las señales eran inequívocas, en el sentido de que la paciencia de los dirigentes locales se estaba agotando, sobre todo después de que se hizo evidente que la crisis de dos años atrás, con su correspondiente dosis de promesas, se venía atendiendo mal.
En lugar de responder a tiempo, el Ejecutivo en Bogotá desdeñó las luces de alarma. Tal como le pasó en el caso del Chocó, en vez de adoptar correctivos a tiempo, la administración Santos reaccionó mal y tarde, con lo cual vio crecer el tamaño de la cuenta por cobrar. Como si fuera poco, cuando el paro estalló se designaron negociadores de menor nivel, con lo cual se endurecieron las posiciones.
En consecuencia, sería imperdonable que esta vez no se haga bien la tarea. Aparte de que es de elemental justicia que empiece a cerrarse la brecha con una ciudad en la que abundan la pobreza y la desesperanza, es peligroso que en estas épocas de debilidad económica se multipliquen las dificultades por cuenta de la desidia que, como ha vuelto a comprobarse, otra vez, resulta muy costosa.
Editorial
Lecciones que salen caras
Una vez superada la emergencia creada por el fuerte paro en Buenaventura, hay que evitar que la crisis se vuelva a presentar.
POR:
Ricardo Ávila
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